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La hora de la verdad

Desde que estudiaba la preparatoria en el Ateneo Fuente, en mi casa recibíamos la suscripción de la revista «Selecciones», pero nunca admití que la teníamos, y menos que yo la leía. La discriminaba, como todos mis compañeros, calificándola de revista de quinta. Sin embargo, a escondidas la leía, y tengo que admitir que muchas cosas las aprendí gracias a sus artículos ágiles, breves y muy entretenidos.

La única revista que todos admitíamos apreciar y leer era «Life», pues estaba grandota, y tenía portadas de colores muy vivos. Era una publicación para gente con dinero. Era revista de caché, donde salían los ídolos de esa época. Quien tenía un ejemplar lo presumía entre los amigos, y además hablaba de la entrevista de su (es decir de todos) ídolo o ídola (nótese el lenguaje inclusivo) o del reportaje central, o del chisme de moda que ahí se publicaba.

Corríamos a Blanco y Negro, expendio de libros, periódicos y revistas saltillense, que estaba ubicado en la calle de Aldama. Una maravilla de tienda. Lo único que no vendían era pornografía, pero al acudir, cada semana, no perdíamos la esperanza de que ya se hubiera decidido el dueño a hacerlo. Lo más atrevido que llegó a ofrecernos fue «Hermelinda Linda», y tenía, escondida, el «¡Alarma!» Esta publicación yo la amaba, sin decirlo, no por los reportajes sino por los encabezados. Uno de sus maravillosos titulares: «¡Mató a su madre sin causa justificada!» Era genial.

Pero volvamos al «Selecciones». La editora, Blanca Sierra, era quien me recordaba, cuando la suscripción ya era mía, de que estaba a punto de terminar, así que enviaba un muy atento mensaje para renovarla. Además, yo participaba, año con año, y aún lo hago, en sus rifas del cliente más devoto de la revista y, con gran esperanza, participaba también en otras promociones, como la de adquirir un libro, cada tres meses, «a precios irrisorios», según mi amiga (y amiga de todos los suscriptores) Blanca Sierra.

Debo de reconocer, con cierto rencor, que nunca he ganado ninguna de las rifas en que he participado. Sin embargo, en «Selecciones» leí chistes, en la sección de humor, que luego contaba a mis amigos quienes reían a carcajadas pensando que eran de mi invención.

Después de un tiempo, las cartas-recordatorio para renovar la suscripción llegaron con la firma de una ilustre desconocida que, hay que reconocerlo, carecía de la gracia de Blanquita Sierra. Indagué acerca de su retiro y me enteré de que después de 120 años ininterrumpidos de trabajo, se retiró con una suscripción de por vida de la gran revista «Selecciones», aunque sin derecho a participar en las rifas de cincuenta mil, cien mil y un millón de pesos. Me imagino cómo debe haberla frustrado eso, pero por sus cartas supe que era una gran mujer, con la disciplina y el valor férreos que sólo otorga una vida entregada a un solo trabajo.

Recuerdo, con tristeza, cuando en casa se llenaban cajas con muchos ejemplares de «Selecciones» para regalar a un convento de monjas, que luego supe pertenecía a una orden de contemplación. Es decir, pasaban la vida contemplando las cosas en las que les permitían fijar sus ojos. Llegué a conocer a una de ellas, a la que le gustaba contemplarse un padrastro que tenía en un dedo, y como no podía hablar, nunca logró darse a entender acerca de su padecimiento. Debió dolerle mucho pues a base de mordiscos se lo arrancó, no sin antes ofrecer al Señor su dolor y su contemplación.

Me enteré de que un día al mes eran adoctrinadas por la 4T de la Iglesia, representada por el obispo Raúl Vera, sobre cómo estar contra todo y a favor de nada, y de que éste, modelando con humildad, ataviado con una túnica blanca, caminando por la pasarela por el centro de la capilla hasta llegar al altar, de un giro increíble floreaba la sotana que llevara ese día. La monja del padrastro me confesó un día ( sí, logré hacerla hablar) que no le entendía nada a Vera pero que le tenía pánico a la enfermera que lo acompañaba.

Volviendo a «Selecciones», sólo deseo, humildemente, rendirle un merecido homenaje a su contenido, a sus cartas-machote, y a sus rifas, que parecen de avionetas sin avionetas. Dios nos la conserve mucho tiempo. Yo ya no la regalo, pues ahora tengo la suscripción de la edición digital.