Internacional

Suicidio asistido en Suiza: «¿Es esto lo que quieres? Sí. Quiero morir»

Decenas de extranjeros, la mayoría provenientes de Francia, Gran Bretaña y Alemania, llegan para una muerte asistida

Basilea, Suiza. – (Agencias) En un trabajo de investigación, el equipo de Le Monde encabezado por Raphaëlle Bacqué, acompañó a un sexagenario alemán decidido a recurrir a la “muerte asistida” para su esposa en Suiza, donde es legal.

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Raphaëlle Bacqué

Thomas, junto con su esposa Doris, condujo desde Frankfurt, en Alemania, hasta Basilea, en Suiza, para que ella pudiera morir allí. El recorrido es de aproximadamente 300 kilómetros por carretera.

A pesar de la pandemia, donde se han impuesto oficialmente reglas de cuarentena a los extranjeros, los controles son escasos y la pareja llegó a su destino a salvo.

El hotel, una mansión blanca en una pequeña plaza empedrada, se encuentra a las afueras de Basilea. Ellos son parte de lo que los suizos, en general, llaman el “turismo de la muerte”.

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Cientos de extranjeros, la mayoría de ellos provenientes de Francia, Alemania o Gran Bretaña que llegan para ser ayudados a morir.

Una experiencia íntima

Doris había sido agendada para el miércoles en la mañana. Bacqué y su equipo se encontraban a pocos cuartos de diferencia de la pareja alemana de solo sesenta años de edad.

Esos momentos son especialmente íntimos. Por lo general, vienen solos acompañados de su cónyuge, de un hijo o una hija, o simplemente con un amigo.

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Doris y Thomas habían convencido a su único hijo, aún estudiante, de que permaneciera en Alemania. Después de 30 años de matrimonio, querían estar solo los dos en el final. Bacqué entonces se volvió invisible, siguiendo sus pasos.

La Ley, en un país predominantemente protestante, que pone por arriba de sus valores la responsabilidad personal, es más flexible que la de sus países vecinos.  

La única causal que infringe la ley lo establece el artículo 115 del Código Penal suizo. «Cualquiera que, impulsado por un motivo egoísta, incita a una persona a suicidarse, o lo ha ayudado con vistas al suicidio, será castigado con una pena privativa de libertad de hasta cinco años o una pena monetaria».

Sin embargo, existe un conjunto de condiciones adicionales establecidas por la Academia de Medicina y el Comité Suizo de Ética para las asociaciones que practican la Muerte Asistida Medicamente (ADM).

La persona debe ser capaz de discernir; su deseo de morir debe ser duradero y constante, y debe provenir de un sufrimiento severo relacionado con una enfermedad.

Números a la alza

En los últimos años han venido aumentando el número de las ADM. De acuerdo con los datos de una de las mayores asociaciones solo para residentes suizos, Exit, se realizaron 1,282 en 2020, 17% más que en 2018.

Las otras tres asociaciones que atienden también a extranjeros (Espíritu Eterno, Dignitas y Ex International), aseguran que ese número puede multiplicarse por tres o cuatro con sus cuentas.

Dra. Erika Preisig

Doris cumplía todos los requisitos. Cuando contacto a la Dra. Erika Preisig, directora de la asociación Eternal Spirit (Espíritu Eterno) hacía dos años, Doris había sufrido cáncer, el mal de Parkinson, y otros males que la fueron acabando.

Después de darse cuenta de la pérdida gradual de autonomía, obligando a Thomas a jubilarse antes de tiempo para cuidarla, ella tomó la decisión.

Doris se había unido a la asociación, de acuerdo con sus palabras, por si acaso. Treinta años de matrimonio y dependiendo enteramente uno del otro, no era lo que había planeado para la vejez de los dos. Así que llenó el formulario.

Un cuarto en la zona industrial

Ese martes, Bárbara Hettig, la enfermera, resolvió los detalles materiales finales, la última conversación y fijó la reunión para el día siguiente a las 8:30 a.m., en el pequeño apartamento alquilado por la asociación, en Liestal, en las afueras de Basilea, donde se llevan a cabo los SMA, o suicidio asistido medicamente, su nominación oficial.

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El lugar está situado en el corazón de una zona industrial a las afueras de Basilea, un lugar extraño para morir, a 15 kilómetros del centro.

El miércoles, Bárbara Hettig, la enfermera, ya estaba allí con Jenny. Acababa de recoger los 15 gramos de natrio pentobarbital, un poderoso barbitúrico cuya venta está altamente regulada. 

Uno imaginaría una habitación llena de imágenes de la naturaleza, la distopía de la década de los setenta donde una ciudad daba muerte a sus ancianos bajó una sinfonía pastoral. No hay nada de eso, solo una cama, un sofá y una pequeña biblioteca.

Doris se acostó. Thomas, a su lado, la sostuvo en sus brazos. Toda vía la enfermera tenía que verificar si continuaba la perfusión de la substancia letal.

La enfermera Bárbara le hizo las cuatro preguntas rituales. Mientras Jenny, la asistente, filmaba la escena como parte de la documentación necesaria para la investigación que, de manera rutinaria, se realiza en estos casos.

¿Sabes lo que pasará cuando actives la perfusión?

«Sí, sé que voy a morir.

¿Es eso lo que quieres?

«Sí. Quiero morir”.

Doris abrió la perfusión. El natrio pentobarbital pone a dormir en treinta segundos. Menos de dos minutos después, el corazón se detuvo. Thomas la abrazó hasta el final.

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Luego esperó la llegada del médico forense, la policía y, finalmente, la funeraria. El féretro salió alrededor de la 1 p.m. a la funeraria, donde podría ser incinerado en Suiza tres días después.

Sus cenizas fueron enviadas a Alemania la semana siguiente, donde su marido, su hijo y sus amigos las estaban esperando.