Lado BNacional

CAMBIO CLIMÁTICO Y PANDEMIA: ¿EL FIN DE LOS TIEMPOS?

Renato Leduc

Nos encontramos frente a una gran paradoja cuando pensamos en la pandemia, el cambio climático y el tiempo. Por un lado, el cambio climático, y otras formas de deterioro ambiental requieren que detengamos el tiempo, pues conforme avanzan las manecillas del reloj, las condiciones que permiten la vida en esta Tierra se alteran de forma irreparable. Detener el instante, estirarlo lo más posible, nos permitiría meditar, lucubrar estrategias, reconfigurarlo todo.

Por otro lado, esta pandemia nos hace mirar el reloj y sentir el impulso de acelerarlo, galopar con el tiempo, correr a la cocina en busca del calendario para darle la vuelta a los meses con avidez, buscando con ansiedad el día del encuentro, el día en que por fin le demos el abrazo a quienes más amamos, ese día que nos permita reconstituirnos como grupo, como comunidad, los seres de sociedad que inevitablemente somos. Así que, ¿qué hacemos con un reloj que amenaza nuestra vida cuando es lento y a la vez amenaza la vida cuando es veloz?  ¿Qué sentido le damos al tiempo en “estos tiempos”?

La cuenta regresiva 

En el corazón de Manhattan, los artistas Gan Golan y Andrew Boyd hicieron el Metronome, un monumento dedicado a lo que ellos denominan “el número más importante del mundo”; uno que va contando de forma regresiva el tiempo que falta para que se agote el presupuesto de carbono de la Tierra.

El Metronome se basa en el reporte del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), que estableció el objetivo de estabilizar el aumento de la temperatura promedio global del planeta en un incremento no mayor a los 2 grados Celsius, y aspiracionalmente, en 1.5 grados Celsius para finales de siglo, a fin de evitar esos puntos de inflexión en donde los efectos del cambio climático pasarían de un avance gradual, a saltos brutales, drásticos, de la noche a la mañana, haciendo de nuestro planeta, a decir de algunos, un páramo. 

Lo interesante de que esté alojado ahí este reloj —su gran contradicción— es que está en el corazón de Manhattan, con tiendas altamente contaminantes en el mismo edificio. Éste podría ser también, idealmente, su gran acierto, en el sentido de que se erigiría, al menos para quienes reciban el impacto visual, en un monumento que confronte nuestro estilo de vida, que genere conciencia de la manera en la que nuestras formas de consumo resultan mortales para la vida planetaria, y, a final de cuentas, para nosotros mismos. 

Foto: MusikAnimal

No obstante, dada la mercadotecnia prevaleciente, la parafernalia de la economía verde, el eco-consumo, ese eco-capitalismo que repite el mismo esquema de relación aniquilante con la naturaleza que la depreda, lo que va a imponer es un ecologismo simulador, uno que hace sentir a los consumidores que con sus ‘ecoprácticas’: consumir orgánicos, comprar sólo biodegradables, están contribuyendo a la salvación del planeta. El resultado será la reafirmación de esa falsa conciencia ambiental que autoriza a muchos a mantener sus estilos de vida, como si el futuro no existiera.

El movimiento Slow

La semana pasada Vero nos platicó de los beneficios del movimiento del slow food (comida lenta), que además de mejorar nuestra salud y ayudar al planeta, es también una forma de expresión de amor y de comunión, un espacio idóneo para conversar, reír, y estrechar nuestros vínculos afectivos. Lo mismo para la moda: la fast fashion es una industria altamente contaminante, además de que es conocido que esta ropa se elabora en situaciones de explotación y de trabajo infantil. El movimiento de slow fashion también conocido como “moda sustentable” llama a elegir productos que nos durarán más en el tiempo, a promover la ropa artesanal, comprar prendas hechas localmente, de segunda mano, a reparar nuestra ropa e incluso intercambiarla. 

Estos ejemplos son parte de un movimiento más grande: el Slow Movement. Esta propuesta es una invitación a resistir la tiranía del reloj, actualmente regido por una lógica capitalista neoliberal que nos empuja a ser siempre productivos, para “hacer” cosas sin descanso y para “ser” esos seres dignos de likes en nuestras redes, siempre compitiendo por quién hace más. Estamos en una “carrera contra el tiempo”; es decir, hemos hecho del tiempo una carrera y no un espacio, una oportunidad de goce, de disfrute, de comunión. 

El slow movement es una invitación a bajar el ritmo, para que le dediquemos el tiempo necesario a las personas y actividades que encontramos necesarias y que disfrutamos. Su propuesta es darle “fin” a los tiempos desquiciados del mercado, de la economía, el tiempo de la mercancía y del capital, a través de la conexión con las personas, con nosotros mismos, con nuestra familia, nuestra comunidad, nuestros amigos, con la comida, e incluso con la vida.

El fin de los tiempos 

Lo maravilloso de pensar el tiempo es recuperar la idea del cambio. Sabemos que el tiempo “pasa” porque, al hacerlo, algo se modifica. Pero debemos desasociar este cambio moderno de esa expresión que lo vincula necesariamente al progreso material y tecnológico, a la acumulación, y al consecuente dominio y sometimiento de la naturaleza.

Vivimos tiempos de cambio. Somos cambio. La modernidad misma no puede vivir sino del cambio. No parece posible pensar en ese tiempo de las sociedades primitivas de Levi-Strauss que poseen un grado cero de temperatura histórica, que carecen de cerámica, de escritura y de logros materiales. Pero tenemos que pensar un cambio y en un tiempo no regido por la pulsión del consumo e impuesto por el mercado. Uno donde el progreso material no sea un medio del capital, sino un medio para alentar y promover la vida. Estas formas de ver el mundo aceleradas por el tiempo de la economía y la mercancía pueden modificarse. De nada sirve ponernos metas al futuro, si el tiempo lo dejamos pasar en vano.

Quizá pensar el tiempo de forma distinta nos permita transitar de mejor manera estos meses que nos quedan de aislamiento físico; asimismo, que sea el puente necesario para hacer los cambios estructurales y profundos que necesita nuestra Tierra. Pasemos de los tiempos perversos de deshumanización mercantil a un cambio de tiempo, un corte de tiempo, al “fin de los tiempos”. 

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Ana De Luca es candidata a doctora en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM. Tiene una maestría por la London School of Economics and Political Science en Desarrollo y Medio Ambiente; asimismo, una licenciatura en Relaciones Internacionales por la UNAM. Es parte de la Red Nacional de Investigación sobre Género, Sociedad y Medio ambiente; asimismo, es co-autora y coordinadora de varios libros relacionados a medio ambiente e igualdad de género. Es editora de la sección de medio ambiente de la revista Nexos.