Pekín, China. – (Agencias) Como sucedió en la crisis hipotecaria en Estados Unidos en 2008, el famoso “momento Lehman”, el mayor desarrollador inmobiliario chino, Evergrande, y el mayor endeudado del mundo, está colapsando.
La caída del gigante inmobiliario pone en riesgo la rápida recuperación económica afectada por los cierres obligados de la pandemia, y pone fin al auge inmobiliario en China.
Sin duda, los efectos se sentirán en todo el mundo. Hasta el momento, el enfoque de Pekín a los problemas de Evergrande parecen contener las consecuencias financieras de una implosión más que de una explosión internacional más amplia, de acuerdo con The Washington Post.
El pronóstico de crecimiento de China se redujo, según las proyecciones del martes de Goldman Sachs, de 8,2 a 7,2, para 2021, debido a la incertidumbre de cómo el gobierno chino manejara la crisis de Evergrande, así como la escasez de energía.
Según Christian Shepard, corresponsal del Washington Post en China, se ve difícil que el gobierno chino salga al rescate. Citando a Homin Lee, estratega de Lombard Odier, las autoridades preferirán una “demolición controlada” o un colapso administrativo.
Las operaciones de pánico provocadas por la crisis de Evergrande se relajaron después de que la compañía anunció, hace una semana, que había “resuelto” un pago de intereses internos con los acreedores.
El presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Jerome H. Powell, minimizó la posibilidad de un colapso internacional.
Sin embargo, la incertidumbre sobre la capacidad de Evergrande crece ante la determinación de Pekín de abordar la creciente deuda inmobiliaria. Los analistas se preguntan si el gobierno de China hará de Evergrande un ejemplo, al tiempo que trata de evitar un aterrizaje forzoso en los precios de las viviendas.
De acuerdo con el escrito de la semana pasada de los analistas de Nomura, «Evergrande en sí mismo es poco probable que sea un riesgo sistémico para la economía y el sistema financiero de China», pero los mercados no deben ser complacientes.
«En nuestra opinión, la determinación de Beijing de suprimir todo el sector inmobiliario, no las consecuencias de Evergrande, es lo que representa el principal riesgo a corto plazo para el crecimiento y la estabilidad financiera de China».
El endeudamiento de 300,000 millones de dólares, el 2% del PIB chino, de Evergrande, refleja en parte la apuesta de los inversionistas por la impresionante generación de riqueza de las familias rurales que llegan a las ciudades chinas.
En 1990, el crecimiento en la demanda de vivienda y la dependencia del gobierno de vender tierras para obtener dinero abrió la puerta para los inversionistas, que tuvieron a su alcance créditos fáciles, permitiéndoles pedir prestado y lanzarse a construir agresivamente.
Hasta que el motor se desarmó. La crisis de Evergrande está arrastrando una caída en la venta de tierras y viviendas en lo que se perfila como una grave desaceleración, más que la de 2014.
Una caída prolongada afectaría a toda la cadena de suministros de la construcción que va desde las minas de hierro que, a su vez, suministran a los grandes productores de acero chinos que suministran a los fabricantes de grúas y excavadoras.
Pero las consecuencias económicas no son las únicas para el Partido Comunista Chino. La crisis de Evergrande se produce en medio de una amplia agenda política para frenar la “riqueza excesiva” y las empresas privadas que generan inestabilidad social y desigualdad.
El líder chino, Xi Jinping, ha prometido nuevas leyes y regulaciones para garantizar que el botín de las empresas privadas exitosas se comparta con toda la sociedad bajo el lema “prosperidad común”, en lugar de una regulación relativamente laxa para los gigantes comerciales.