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De la derecha a la izquierda en Francia

Ya tenía yo unos pocos años de vivir en la capital de Francia y algunos menos de trabajar en las oficinas de Pemex París, cuando se realizaron las elecciones presidenciales de 1981. Se enfrentaban Valéry Giscard d’Estaing, el presidente que iba tras la reelección, por la derecha, y por la izquierda François Mitterrand. Como extranjero, y particularmente como latinoamericano, me interesó mucho el proceso electoral. Además, en esa época se desató un escándalo de marca mayor, pues a Giscard se le acusó de haberse quedado con unos diamantes que le regaló el dictador de la República Centroafricana, el autoproclamado emperador Bokassa I. Este dictador, según decían los rumores, era caníbal y había organizado masacres contra sus opositores.

Una ley en Francia obliga a los presidentes a depositar a favor del Estado los regalos que reciban. Giscard no sólo no entregó los diamantes, sino que éstos estaban considerados como «diamantes de sangre», que son los que se obtienen en zonas de guerra de África por mineros que laboran como esclavos o semiesclavos. Con ese escándalo y la convicción de que no había hecho nada por Francia, el favorito era Mitterrand, un socialdemócrata, como una vez se consideró a sí mismo.

Debo de reconocer, eso sí, que el francés de Giscard era el mejor que se escuchaba en la televisión, pues en sus discursos modulaba el idioma de manera impecable, y hasta nosotros, los extranjeros que apenas estudiábamos esa lengua, entendíamos todas las palabras que decía.

Llegaron las elecciones y sucedió lo previsto, ganó Mitterrand. La noche de las elecciones, al conocerse el resultado, todo París se volcó a las calles, cafés y restaurantes, para festejar. En cada plaza o esquina había grupos musicales y gente bailando, toda la ciudad festejó, feliz por el triunfo.

Cuando Mitterrand tomó posesión en el Elíseo, el nuevo presidente nombró a su gabinete y al primer ministro. Todos lo pudimos ver por la televisión. Esa tarde hizo un recorrido del palais de l’Élysée (el palacio del Elíseo, que es la sede de la Presidencia) al Hôtel de Ville (el palacio municipal) y luego, desde ahí, caminando, cruzó el puente de Saint-Michel y siguió el boulevard Saint-Michel hasta el Panteón, el monumento donde están depositados los restos de los hombres ilustres de Francia.

Al enterarse mis amigos que Mitterrand y su comitiva pasarían casi frente a mi departamento se fueron para allá para poder verlo desde el balcón; yo los recibí, aterrado, pues el balcón era muy pequeño y antiguo, y estaba volado fuera de la ventana. Temía que se pudiera caer.

Un rato después las calles estaban llenas y todo mundo esperaba, con enorme entusiasmo, ver pasar al nuevo presidente. Nosotros teníamos lugares de primera fila ya que nada ni nadie nos tapaba la vista. Mi departamento (y, por lo tanto, mi balcón) estaba al final de la calle Monsieur le Prince, en el número 62, y terminaba en el boulevard Saint-Michael, y en esa esquina iniciaba la calle Soufflot que era la que desembocaba al frente del Panteón, dos cuadras más adelante. Desde mi balcón se veía el boulevard Saint-Michel y parte de la calle Soufflot, por donde pasó el nuevo presidente, y también se veía la cúpula del Panteón.

Cuando comenzaron los aplausos de la gente en la calle, todos corrimos al balcón (Martina, Christiane, Danielle, Gustavo, Christian —hermano de Danielle—, mi primo Juan y yo). Y, en efecto, a los pocos minutos pasó Mitterand, a paso lento. Fue muy interesante verlo pasar junto con su gabinete, él al frente con una rosa roja en la mano (que era el logotipo del partido socialista), rosa que depositaría minutos después sobre la tumba de Jean Jaurès (un político socialista francés, escritor, intelectual y fundador del periódico «L’Humanité», asesinado en 1914 a inicios de la Primera Guerra Mundial).

Al llegar al Panteón, Mitterrand entró solo, y dentro, viéndolo nosotros ya en la televisión de mi departamento, depositó tres rosas rojas —las otras dos se las entregó un asistente dentro del recinto—. La primera fue para Jean Jaurès, la segunda para Jean Moulin, jefe de la resistencia en la Segunda Guerra Mundial, asesinado por los Nazis, y la tercera fue para Victor Schoelcher, quien en 1848 abolió la esclavitud en Francia.

Fue toda una experiencia presenciar esas elecciones y el cambio total de administración y de manera de pensar. Mitterrand fue un hombre muy honesto, hablaba siempre con la verdad. Ha sido el único presidente que ha durado dos períodos de siete años cada uno. Estuvo en el poder de 1981 a 1995.

Giscard, por su parte, cometió torpezas como la de invitar a almorzar al personal del servicio de limpieza de París, en el Palacio del Elíseo, y servirles en una vajilla finísima y cubertería de plata. El acto fue muy criticado hasta por los mismos invitados. Por cierto, y como caso curioso, leí hace poco en un periódico que Giscard, de 94 años, fue demandado por una enfermera por acoso sexual.

Aún sigo en contacto con todos mis amigos en Francia. Gracias WhatsApp.