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Dicebamus hesterna die, por Raúl Olvera Mijares

Dicebamus hesterna die (Frase, con ciertas variantes, Heri dicebamus, o bien, Dicebamus heri, decíamos apenas ayer, atribuida al adalid de la escuela salmantina, el estudioso agustino de sagrada escritura, hebreo de estirpe, fray Luis de León, máximo poeta en lengua española, según don Marcelino Menéndez Pelayo, cuando arrancándolo de su cátedra, al menos así quiere la leyenda urdida siglos atrás, cargara con éste el Santo Oficio, refundiéndolo en sus mazmorras, por tufo de juidaizante, hereje e, incluso, alumbrado. Al cabo de cuatro años, regresó el aturdido marrano, trepó hasta el ambón y, desde aquella eminencia, pretendió continuar la interrumpida lición.)

Por dónde comenzar con tema tan vasto y espinoso, tal vez por recordar la incipiente amistad que me une con Javier, compañero de andanzas en estos achaques, tan curiosos y enrevesados, que son las letras humanas; ahí comprendidas, la literatura, esa común afición, pecado nefando e inconfesable, perdición certera de los mortales; desde luego, la historia, disciplina de cabecera de mi colega, obsesión constante en mi caso, sobre todo, en la vertiente relativa al mundo de hoy, la geopolítica y la política real; asimismo, no es posible olvidarse del ocio heleno, la filosofía, inclinación primera de mis ya remotos desvelos en tanto que universitario y pensador independiente -si es que tal cosa puede existir. Ha sido un peregrinar, el de estos últimos años, por ciudades diversas, entre institutos de cultura y enseñanza, esparcidos aquí y allí, desde Guadalajara, Guanajuato y Monterrey, hasta Parras y Sabinas, teniendo como puerto de origen esa ahora privada de mar Saltillo (trayendo a colación aquella hipótesis cuasi conseja de la Pangea), ciudad que, en poco más de medio siglo, he visto crecer en población y progreso material y, por desgracia, tengo que decirlo, menguar también en profundidad de alcances, integridad moral y promesas de un futuro avizorable. Son muchos, supongo, los nombres en las letras locales que suenan por ahí, demasiado pocos, sin embargo, los que han de pasar a la historia probada, siempre prudente y justiciera. El mañana, sin duda, habrá de poner aun orden y concierto en esta encrespada barahúnda y turbamulta de medradores, simples espontáneos y beneficiados con las prebendas que pudieron haber sido remedio de muchos, no sólo de unos cuantos aprontados.
Me congratulo y celebro la reciente aparición de un esbelto volumen de prosa ensayística que se desprendiera de la ligera y siempre inquieta pluma de Javier. Reconozco temas, tópicos de conversaciones, nombres de autores que resonaron durante nuestras otrora frecuentes charlas. El don de la prosa articulística que un escritor, en forma generosa y desinteresada, hace a los diarios y revistas donde colabora, es de destacarse, en particular, ahora que todo son murmuraciones, habladurías, dimes y diretes en las así llamadas redes sociales, hablillas de vecindad, albañales elevados a magnitud de dimensiones nunca antes vistas, verdadera punta de lanza en ese magno y pernicioso proyecto del condicionamiento pavloviano cabal, al que se ha sometido a las pasmadas masas de personas. Leer de corrido, sin distracciones casi continuas a causa de la publicidad, esto es, comprender, sopesar, reflexionar y disponerse a la acción -no él gregarismo pasivo- es hazaña poco frecuente, por no decir inverosímil hoy, que tan necesaria resulta para establecer el diálogo, pues el que manda mensaje espera respuesta. No se piense que el escritor es indiferente ante suscitar reacciones. Se escribe, aunque sea de una forma sutil y modesta, para cambiar el mundo. Nunca, como hoy, hemos tenido la necesidad de opciones para despertar de ese aturdimiento cómodo, aunque letal, para cuestionar con justeza y con justicia, para demandar cuentas y exigir explicaciones, principalmente a uno mismo, sí. Preguntarnos hacia dónde vamos, hacia dónde nos llevan y hacia dónde deberíamos estar yendo.
Por la escondida senda (de los pocos sabios que en el mundo han sido), ay divino fray Luis, a través del breve paseo por el que estos amables y sucintos textos conducen, medias tintas entre la estampa, la reseña y la crónica, por en medio de mundos curiosos y alternos, de autores en ocasiones poco socorridos, es posible hallar una serie de pistas que ponen al lector -curioso y atento lector-por el buen rumbo, hacia realidades diversas más radicales, aunque también, más armoniosas y naturales. Atisbar universos posibles, concebir la realidad de otra manera, soñar con los ojos abiertos, es decir, visualizar de bulto realidades asequibles y, hasta cierto punto, insospechadas, ésa es la función de la literatura y volver eso evidente es la modesta y valiosísima tarea de la crítica. Saludo hoy el nacimiento de esta compilación, a partir de los esfuerzos como comentador de la obra ajena (el que discierne, el que sopesa), por parte de Javier, quien no pretendió otra cosa sino compartir con otros sus pequeños grandes hallazgos, por esos terrenos coloridos y a veces tortuosos, de libros y autores pero, aquellos de verdad, no meros nombres de batalla para engrosar las ya cerradas filas al mando de editores mercenarios, simples vasallos, peleles inocuos e inteligentes impotentes en las afiladas garras de una hidra de mil cabezas, el todopoderoso aparato de Propaganda, los Medios, todos coludidos, para ganar la guerra más radical en estos accidentados tiempos que corren, de pestes mortíferas con alegado agotamiento inminente de los recursos naturales, o sea controlar la psique del género humano, valiéndose de recursos subliminales y otros no tanto, me temo, instilando, en las desprotegidas mentes de todos, las pesadillas y los delirios persecutorios más disparatados. La consigna es diáfana y contundente, que cada cual desconfíe de su semejante, prójimo y próximo, congénere y hermano, asumiendo una función terrible, la de delator, juez y verdugo, bajo aquella inmortal divisa de Cayo Julio César divide et vinces, divide y vencerás o, dicho de otro modo, que por cierto, se acerca más al original griego, divide ut regnes, divide para reinar.

Presentando el libro «El polvo de los libros olvidados». FIL Coahuila 2022.

No podría concluir esta somera e improvisada alocución sin pretender pasar revista, si bien de manera abreviada y necesariamente incompleta, mencionar unos cuantos nombres de autores que abordamos en aquel ya lejano círculo de lectores que, con Javier, aderezábamos quincenalmente al alimón, en una conocida librería sita justo frente a la Alameda. Nombres de poetas y pensadores en prosa de la talla de un Rainer Maria Rilke, Franz Kafka, Robert Walser, Stephan Zweig, Italo Calvino, Fernando Pessoa, autores, muchos de ellos, con un pie en el siglo XIX y otro en el XX, eso sin mencionar a los de casa, como serían Elena Garro, Julieta Campos u Octavio Paz. Me alegra sobremanera encontrarme con éstos y con otros conocidos y amigos. Al parecer, Javier me hizo algún caso y comenzó a dejar testimonio de las correrías y paseos entre libros, venciendo el miedo por no hallarse a la altura de lo que la erudición literaria y el estilo de la prosa cuidada parecen exigir. Una discreta y sencilla sonrisa hacia el lector cuenta más que cualquier otro gesto. Haber recogido, en forma de libro, el material que ya había visto la luz en las publicaciones periódicas, si bien a cuentagotas, es quizá la mejor manera de realizar un examen retrospectivo sobre el propio trabajo de retacería fina. Bien sabe, quién se haya propuesto tal empresa, el sudor y los desvelos que cuesta unificar el tono y pulir el estilo. Ahora toca a los lectores darse una zambullida en ese sabroso y prometedor excurso entre libros.
Sólo espero no haberme extendido en demasía, acaso sí y quizá bastante, acarreando agua para mi molino. En estos últimos años, Javier y yo, hemos procurado acompañarnos mutuamente, alternando las funciones de autor y presentador. En esta ocasión, me ha tocado en suerte a mí desempeñar tan humilde labor. Por fin, es momento de abrir el diálogo. Los dejo ahora con el autor. De seguro, tendrán muchas cosas que comentar o, por lo menos, externar. Sea.

Autoridades educativas del SNTE, maestro Carlos Moreira, Raúl Olvera y Javier José Rodríguez Vallejo.