Guatemala, Guatemala. – (Agencias) Como un colofón a la desgracia, la injusticia, el crimen sin castigo, el olvido, sus cuerpos fueron devueltos envueltos en banderas de Guatemala. Primero en avión, luego en camionetas, y finalmente en los hombros de sus padres, hermanos y primos.
Así describen Kevin Sief y Nicoló Filippo Rosso, periodistas del Washington Post, el largo peregrinar de los migrantes guatemaltecos asesinados en la frontera de México con Estados Unidos por la policía mexicana.
El final del viaje fue totalmente a la inversa al que deseaban cuando partieron en enero, dejando su pequeño pueblo en la montaña guatemalteca, con rumbo a Texas en los Estados Unidos.
Cada uno con un sueño. Cada uno con su propia idea de lo que les daría Estados Unidos. ¿Qué trabajo encontrarían? ¿A dónde iría el dinero?
Edgar López, de 49 años, se dirigía a Cartago, Missouri para reunirse con su esposa e hijos, a quien había dejado cuando fue deportado en 2019.
Marvin Tomás, fue el mejor futbolista de Comitancillo. Sus amigos le decían “nuestro Messi”. Una hernia no tratada dejó a su madre invalida. Salió para pagar su tratamiento médico.
Santa Cristina García, de 20 años. Emigró para pagar la operación de labio hundido de su hermana menor. Se dirigía a Florida, ahí su salario, como mesara o en una granja, era mejor que el que ganaba en jun día en Guatemala.
Había 16 de ellos en total. Asesinados por policías mexicanos de Tamaulipas a 25 kilómetros de la frontera con Texas.
Sus cuerpos fueron encontrados calcinados, sin reconocimiento. Doce policías mexicanos han sido acusados por la masacre.
En Comitancillo, los funerales llevados a cabo la semana pasada fueron una explosión de dolor. La procesión de familiares y amigos caminó a través de las granjas de café y a lo largo de caminos de tierra hasta cementerios llenos de gente.
Llevaban montones de flores, montones de instrumentos musicales para tocar junto a sus tumbas. Portaban las fotos de las víctimas, muchos con rostros de niños.
El presidente de Guatemala prometió una investigación de la masacre y declaró tres días de luto nacional.
Los funerales se llevaron a cabo justo cuando el flujo de guatemaltecos que llegan a la frontera de México con Estados Unidos está aumentando.
Muchos de ellos son niños y niñas de pueblos cercanos de donde fueron enterrados los muertos. Donde cada casa con techos solides para detener la lluvia fue hecha con el salario de un migrante.
De acuerdo con Sief y Filippo, la mascare enseña una línea demasiada delgada entre los afortunados y los muertos en las tierras altas de la montaña guatemalteca, donde uno nace eligiendo entre la pobreza abyecta y la migración.
El luto era para los muertos, pero también para la elección.