Internacional

El asesinato de Dom y Bruno (Capítulo 2)

Para esta tarea, Terrence McCoy, jefe de la oficina de Río de Janeiro de The Washington Post, entrevistó a 51 personas con conocimiento de los asesinatos y la región y viajó por el río Amazonas

Pelado, cuyo verdadero nombre es Amarildo Da Costa Oliveira, se creó en una época de conflicto a lo largo del lado norte del vasto Valle de Javari, hogar de la mayor concentración de pueblos aislados del mundo. Su comunidad estaba en guerra con otra tribu aislada, más allá de la confluencia de los ríos Ituí y Itaquaí, escribe Terrence McCoy, quien decidió adentrarse a la selva a desentrañar el asesinato de su amigo Dom Phillips y del luchador social Bruno Pereira.

Para esta tarea, Terrence McCoy, jefe de la oficina de Río de Janeiro de The Washington Post, entrevistó a 51 personas con conocimiento de los asesinatos y la región y viajó por el río Amazonas hasta el lugar remoto donde Dom Phillips y Bruno Pereira fueron asesinados a tiros. 

Bruno Pereira (parado) y Dom Phillips (sentado) preparando su recorrido antes de su muerte

El abogado defensor de los acusados de los homicidios, Aldo Raphael Mota de Oliveira, se negó a que se pudiera visitarlos para algunas respuestas. Dijo que Amarildo da Costa Oliveira y Jefferson da Silva Lima habían confesado los asesinatos pero que Oseney da Costa de Oliveira niega las acusaciones. Ni el Funai, la agencia de asuntos indígenas de Brasil, ni las fuerzas de seguridad nacional respondieron a las solicitudes de comentarios.

La infancia de Pelado se desarrolló en medio de la violencia constante en su comunidad que moldeó su percepción del mundo. Llenos de asesinatos, ataques y revanchas, hombres desollados e indígenas masacrados. “Somos civilizados; no somos indios”, dijo Alzenira do Nascimento Gomes, la tía de Pelado, quien ayudó a criarlo. “Los Korubo son asesinos”.

Cuando Pelado tenía 9 años, en 1989, Sebastião Costa, un pariente suyo oyó que cuatro Korubo están rondando la aladea. La comunidad “estaba aterrada”, escribieron los investigadores federales sobre el incidente. En la noche, Costa organizó a un grupo de 15 hombres armados para expulsar a los Korubo. El resultado fue el asesinato de tres Korubo, según los investigadores. Uno recibió un disparo en el pecho y los otros dos en la espalda.

Temerosos, los habitantes de la aldea decidieron deshacerse de las evidencias y arrojaron los cuerpos a una fosa común. Costa negó siempre su participación en los asesinatos hasta la hora de su muerte. Los asesinatos perturbaron a las autoridades, escribe McCoy.

En 1985, el Funai nombró al Valle de Javari como reserva protegida para su población indígena, trazando las primeras líneas territoriales. Sin embargo, la agencia hizo poco para proteger los limites de la reserva, y pronto los colonos siguieron saqueando las riquezas del Valle, incitando a más violencia. Para 1996, se construyó una base del Funai en la confluencia de los ríos Ituí y Itaquaí, cerrando el principal punto de entrada al Valle.

Después, las fuerzas federales barrieron todo el territorio sacando a los colonos que vivían dentro de la reserva. Muchos llevaban años ahí y terminaron en las orillas de los ríos, a las afuera de la reserva del Valle de Javari. Varios de los colonos tenían relación con Pelado. “Nuestros campos, casas, lo perdimos todo”, dijo el cuñado de Pelado, Manuel Vladimir Oliveira da Costa. “Lo que sea que teníamos estaba dentro”.

El pueblo korubo camina a lo largo del río Ituí cerca de la base de la Funai a la entrada del valle de Javari

En 2000, tras el cierre del Valle, unos 300 pobladores agraviados rodearon la base del Funai. Los “Sin río” se llamaron. Exigieron la salida de los agentes del organismo y de las autoridades federales para tomar adueñarse del territorio que quisieran, informó en ese momento la policía. Unos llevaban cócteles molotov. Otros asaltaron la base para recuperar el equipo de pesca decomisado por las autoridades federales.

Tras el enfrentamiento, algunos de los funcionarios federales empezaron a defender a los colonos. “No podemos negar su pobreza”, escribió Mauro Sposito, detective de la policía federal, a sus superiores. Prohibir la entrada había dejado a “innumerables familias… sin alternativas para sobrevivir”. Si no se hace nada, advirtió, “no habrá paz”.

Pero la ayuda no llegó. Para 2002, las líneas territoriales del Valle de Javari se hicieron permanentes. Y el odio comenzó a creer entre lo colonos ribereños. No solo hacia los indígenas con los que habían peleado, sino también hacia sus protectores: los agentes de la Funai.