CulturaLado B

El extraño 3, de Howard Phillips Lovecraft

De pronto, al cabo de una interminable y espantosa ascensión a ciegas por aquel precipicio
cóncavo y desesperado, sentí que la cabeza tocaba algo sólido; supe entonces
que debía haber ganado la terraza o, cuando menos, alguna clase de piso. Alcé
la mano libre y, en la oscuridad, palpé un obstáculo, descubriendo que era de
piedra e inamovible. Luego vino un mortal rodeo a la torre, aferrándome de
cualquier soporte que su viscosa pared pudiera ofrecer; hasta que finalmente mi
mano, tanteando siempre, halló un punto donde la valla cedía y reanudé la
marcha hacia arriba, empujando la losa o puerta con la cabeza, ya que utilizaba
ambas manos en mi cauteloso avance. Arriba no apareció luz alguna y, a
medida que mis manos iban más y más alto, supe que por el momento mi
ascensión había terminado, ya que la puerta daba a una abertura que conducía
a una superficie plana de piedra, de mayor circunferencia que la torre inferior,
sin duda el piso de alguna elevada y espaciosa cámara de observación. Me
deslicé sigilosamente por el recinto tratando que la pesada losa no volviera a su
lugar, pero fracasé en mi intento. Mientras yacía exhausto sobre el piso de
piedra, oí el alucinante eco de su caída, pero con todo tuve la esperanza de
volver a levantarla cuando fuese necesario.


Creyéndome ya a una altura prodigiosa, muy por encima de las odiadas ramas
del bosque, me incorporé fatigosamente y tanteé la pared en busca de alguna
ventana que me permitiese mirar por vez primera el cielo y esa luna y esas
estrellas sobre las que había leído. Pero ambas manos me decepcionaron, ya que
todo cuanto hallé fueron amplias estanterías de mármol cubiertas de
aborrecibles cajas oblongas de inquietante dimensión. Más reflexionaba y más
me preguntaba qué extraños secretos podía albergar aquel alto recinto
construido a tan inmensa distancia del castillo subyacente. De pronto mis
manos tropezaron inesperadamente con el marco de una puerta, del cual
colgaba una plancha de piedra de superficie rugosa a causa de las extrañas
incisiones que la cubrían. La puerta estaba cerrada, pero haciendo un supremo
esfuerzo superé todos los obstáculos y la abrí hacia adentro.

Hecho esto, invadióme el éxtasis más puro jamás conocido; a través de una ornamentada
verja de hierro, y en el extremo de una corta escalinata de piedra que ascendía
desde la puerta recién descubierta, brillando plácidamente en todo su esplendor
estaba la luna llena, a la que nunca había visto antes, salvo en sueños y en vagas
visiones que no me atrevía a llamar recuerdos. Seguro ahora de que había
alcanzado la cima del castillo, subí rápidamente los pocos peldaños que me
separaban de la verja; pero en eso una nube tapó la luna haciéndome tropezar,
y en la oscuridad tuve que avanzar con mayor lentitud. Estaba todavía muy
oscuro cuando llegué a la verja, que hallé abierta tras un cuidadoso examen
pero que no quise trasponer por temor de precipitarme desde la increíble altura
que había alcanzado. Luego volvió a salir la luna.