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El Olympia de París

Cuando trabajaba en Pemex París, que formaba parte de los Servicios Económicos de la Embajada de México en Francia, a un grupo de compañeros de la oficina y a mí a veces se nos antojaba ir a comer comida mexicana, y conocíamos un restaurancito dedicado a preparar las delicias de nuestra gastronomía. Nos organizábamos, a veces en grupos más o menos grandes, otras sólo dos o tres, y a la hora de la comida nos dirigíamos a ese establecimiento. Caminábamos con cierta rapidez pues estaba sólo relativamente cercano a la oficina, teníamos que cruzar varios pasajes hasta desembocar a un costado del Palais Royal, cuya plaza es preciosa y está rodeada de grandes y bellos edificios llenos de departamentos gigantescos que, en esa época, hasta donde sabíamos, tenían la renta congelada.

A veces íbamos a algunos de los restaurantes de esa plaza a comer para admirar el entorno. Y cerca de ahí estaba el restaurante mexicano. La dueña era una joven mexicana que nos recibía con mucha amabilidad. En una ocasión, al llegar, la dueña nos presentó a su mamá, que acababa de llegar de México, y con gran sorpresa vimos que era la extraordinaria cantante Lucha Villa. Nos dio mucho gusto conocerla y saludarla, y a partir de ese día volvimos con mayor regularidad pues ahí podíamos platica con la famosa cantante y actriz.

Una de esas veces, Lucha Villa nos invitó a su presentación en el famoso e icónico teatro parisino, L’Olympia (El Olympia, ubicado en el Boulevard des Capucines), donde cantó Edith Piaf, y donde en una ocasión vi a Chavela Vargas, presentada por Pedro Almodóvar, el famoso director español de cine. Con gusto nos pusimos de acuerdo para ir a verla. Hubo una única presentación, un lunes.

Me acuerdo de que una vez llevé a ese teatro a una amiga francesa a un concierto del cantante puertorriqueño-estadounidense José Feliciano, pues ella no lo conocía, y me propuse que ella lo viera y lo oyera cantar. Al salir al escenario, Feliciano fue conducido por su asistente, de la mano, para ir sorteando los obstáculos, músicos y aparatos de sonido. Mi amiga, muy sorprendida, me comentó que le parecía muy bien eso de salir de la mano de su amante. Le dije: «No es gay, es ciego». Por poco nos sacan del teatro de la risa que nos dio.

Volviendo a la presentación de Lucha Villa, llegó el lunes esperado y el grupo de compañeros de la oficina llegamos al famoso Olympia. Ahí nos enteramos que el teatro no trabajaba los lunes en las temporadas con artistas contratados y producidos por El Olympia, los lunes se rentaba la sala de conciertos a artistas, por lo general extranjeros, para publicitarse, es decir, para aprovechar la fama de ese escenario y poder presumir que habían cantado en El Olympia de París, y los artistas extranjeros, al rentar el teatro, pagaban el personal de taquillas, acomodadores, repartidores de programas de mano, que eran mandados a diseñar e imprimir por esos artistas.

Dentro del teatro vimos que estaban instaladas cuatro cámaras para grabar el programa. Esos conciertos, ya editados, en audio y en video, se podían vender después como parte del negocio del propio cantante. Lucha Villa, muy inteligente, le vendió el programa a Televisa. Lo digo porque ese concierto que fuimos a ver el grupo de compañeros de trabajo, lo vi después en televisión, en unas vacaciones en México. El locutor de la televisora mexicana decía que apreciaríamos el triunfo de la gran artista en el mítico teatro parisino El Olympia.