Editorial

El último día del sexenio de Andrés Manuel López Obrador: entre la crítica y la nostalgia

Y llegó el día. Mañana, 1 de octubre, Andrés Manuel López Obrador se despide de la silla presidencial, esa que ocupó con el estilo único que lo caracteriza: un poco de austeridad, unas dosis de confrontación y un sinfín de mañaneras. En un sexenio lleno de sorpresas, polémicas y un montón de “ya chole con eso”, AMLO deja la presidencia con un legado que divide opiniones, pero con una popularidad que pocos pueden negar.

En estos seis años, la política fue como un espectáculo que todos seguimos con asombro y una mezcla de risa y preocupación. Claro, no se puede olvidar la rifa del avión presidencial (sin avión), las frases como “me canso ganso” y la épica batalla contra la «mafia del poder». Fue un constante tira y afloja con los críticos, periodistas y empresarios, a quienes les dedicó su propio segmento de descalificaciones en cada conferencia matutina. Los observadores internacionales aún intentan descifrar cómo alguien puede ser tan criticado y, al mismo tiempo, tan querido por una gran parte de la población.

Y es que hay que reconocerlo: AMLO no solo fue presidente, sino una especie de showman de la política. Cada día nos sorprendía con un tema nuevo, ya fuera con su estrategia de “abrazos, no balazos” que aún estamos tratando de entender, o su insistencia en la austeridad republicana, que muchas veces se sintió más como una austeridad «nunca antes vista». Pero, en medio de todo, logró algo que parecía imposible: mantener una alta popularidad. Al menos, los números de encuestas lo respaldan. ¿Cómo le hizo? Esa es una pregunta que hasta los más eruditos en ciencia política siguen intentando responder.

Porque una cosa hay que reconocer: la capacidad de AMLO para conectar con las masas fue inigualable. Sus giras, sus conferencias y sus «otros datos» lo convirtieron en un personaje que pasará a la historia. Sus políticas pueden ser debatidas (y vaya que lo han sido), pero su capacidad para mantenerse en la conversación pública, incluso cuando se le criticaba por el manejo de la economía, la seguridad o la salud, es digna de estudio.

Hoy, mientras deja Palacio Nacional, se va con la satisfacción de que, para sus seguidores, cumplió su misión de «primero los pobres» y de una transformación que, aunque incompleta, marcó un antes y un después en la política mexicana. Para sus detractores, se va dejando un país lleno de retos, dudas y pendientes. Pero una cosa es segura: lo que viene no será lo mismo. Y quién sabe, quizá en un futuro no tan lejano, lo veamos regresar, aunque sea para decirnos «se los dije».

Ahora, se abre un nuevo capítulo, y AMLO se retira con la mirada de los que lo aman y de los que se mordían las uñas cada mañana esperando la próxima sorpresa. Nos deja, al menos, la certeza de que jamás volveremos a ver un sexenio tan particular, ojalá sea el último así. Eso sí, el ingenio y sarcasmo que desplegó cada día se quedarán por siempre en el imaginario colectivo.

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