CulturaLado B

Esos lugares ásperos

Seis páginas que encierran la historia de un hijo asaltante de caminos y un padre enojado porque nunca pudo domar la rebeldía del muchacho. A su hijo lo hieren y el señor lo sube en sus hombros para llevarlo a Tonaya a curarlo. En el trayecto criticaba a su hijo por haberse convertido en un maleante. Probablemente el hijo refutaba las enseñanzas de su viejo, añoraba un destino con mayores comodidades y su oficio le proporcionaba una vida difícil. Estaba convertido en un monstruo y se encontraba herido de gravedad. Para su padre eran horas desgastantes, habían atravesado un cerro y su hijo se quejaba del dolor. Era de noche y solamente la luna brillaba en aquellas tierras.

No oyes ladrar a los perros, es un cuento sobre las personas que Juan conoció cuando visitaba esos lugares ásperos. Es la voz de los campesinos que vagabundeaban en busca de nuevos destinos. Alegóricamente Rulfo era un pintor que viajaba a caballo y se adentraba a los terrenos más apartados. Las mejores historias se encontraban más alejadas de la civilización. La precariedad de los campesinos era algo que lo motivaba a escribir. Leer a Juan me recuerda al pueblo de Abasolo en Coahuila. Hace unos meses regresaba a la tierra donde nació mi padre. Me acompañaba Am-Ram y Geraldine. Veía la soledad de la plaza y las casas seguían abandonadas. Los pocos perros ladraban. “Se trata de una lengua que en sí misma ya es poética”.