CulturaLado B

Eugenio Oneguin, por Aleksandr Pushkin 11

Estoy contento de encontrar siempre diferencias entre Onieguin y yo, porque así,

ni el lector burlón, ni el ingenioso editor, podrán calumniarme al ver aquí sus rasgos,

diciendo que he pintado mi retrato como Byron, el orgulloso poeta. ¡Como si me

fuera posible escribir un poema sobre cualquier persona que no sea yo mismo! Diré

de paso que todos los poetas son amigos del amor soñador. A veces soñaba con lindos

objetos, mi alma guardaba su imagen secreta y después la musa les daba vida. Así,

indolente, canté en mis poesías a la doncella de las montañas, mi ideal más elevado, y

a las cautivas de los bordes del Salguir.

Ahora oigo a menudo de vosotros, amigos, esta pregunta: «¿Por quién suspira tu

lira? ¿A qué damisela envidiosa dedicaste tu canto? ¿Qué mirada, impresionada con

tu inspiración, recompensa tu pensativa melodía con una tierna caricia? ¿A quién han

divinizado tus versos?». ¡Amigos, palabra de honor que a nadie! Yo he

experimentado sin alegría alguna el terrible tormento de la pasión. ¡Dichoso el que lo

une al ardor de la rima! Con esto aumenta el delirio sagrado de la poesía; siguiendo a

Petrarca y colmando las torturas del corazón, alcanzó, entretanto, la gloria; pero yo,

cuando amaba, tornábame tímido y mudo.

Pasa el amor, aparece la musa y se despeja mi sombría inteligencia; otra vez libre,

busco la unión entre los mágicos sonidos, los sentidos y los pensamientos. Escribo, y

el corazón no se aflige; la pluma, al contacto de los versos incompletos, olvidándose,

no describe ni los piececitos, ni las cabezas de mujer; la ceniza apagada ya no se

inflama. Sigo estando triste; pero ya no tengo lágrimas, y muy pronto en mi alma se

calmarán los restos de la tempestad. Entonces empezaré un poema de veinticinco

cantos. Ya he pensado en la forma y en el nombre del héroe. Por ahora he terminado

el primer capítulo de mi novela. Lo repasaré severamente. Sé que hay muchas

contradicciones; pero no quiero arreglarlas. Pagaré mi deuda a la censura, y para la

crítica entregaré los frutos de mi trabajo. Mostraré a orillas del Neva

mi recién nacida creación para alcanzar los dones de la gloria: las malas interpretaciones, los

reproches y las discusiones.