CulturaLado B

Eugenio Oneguin, por Aleksandr Pushkin 5

Rousseau, me permito anotar de paso, no podía comprender cómo el serio Grim

se atrevía a limpiarse las uñas en su presencia; pero en este caso el insensato y

elocuente defensor de la libertad y de los derechos se equivocaba completamente. Se

puede ser un hombre activo y pensar en el cuidado de las uñas al mismo tiempo.

¡Para qué discutir con nuestro siglo inútilmente! La costumbre es déspota entre los

hombres.

Eugenio, segundo Kaverin, temía a los críticos envidiosos; era un pedante en el

vestir, y lo que nosotros llamaríamos un petimetre. Se pasaba, por lo menos, tres

horas delante del espejo y salía del tocador semejante a la Venus si, ataviada de traje

masculino, la diosa se dirigiese a un baile de máscaras. En la Europa actual, entre la

gente educada, el arreglo de las uñas no parece una tarea pesada.

Entreteniendo vuestra mirada curiosa, yo podría describir aquí su traje a la última

moda. Claro que esto sería atrevido, mas describir es mi asunto. Pero en ruso no

existe ninguna de estas palabras: pantalón, frac, chaleco; lo reconozco y me excuso,

pues ya sin esto mi pobre estilo podría contener menos palabras extranjeras, aunque

haya consultado el diccionario académico.

Ahora no es éste nuestro objeto; es mejor, corramos deprisa al baile, adonde va

Onieguin en una carretela de alquiler. Los dobles faroles del coche forman arco iris

en la nieve, y a lo largo de la dormida calle irradian alegremente su luz sobre las

casas apagadas. Súbitamente brilla una soberbia casa, toda rodeada de lamparillas; en

los ventanales se divisan sombras, perfiles de damas y de famosos donjuanes. He aquí

a nuestro héroe, que se acerca a la entrada, pasa delante del portero, sube los

escalones como una flecha, se alisa el pelo con una mano y entra.

La casa rebosa de gente, y la música ruge, ya cansada de tanto tocar; la multitud

está ocupada con la mazurca, entre el ruido y las apreturas; resuenan las espuelas de

los apuestos militares, las piernecitas de las lindas damas giran, tras sus rastros vuelan

miradas inflamadas, y el lamento de los violines ahoga el cuchicheo envidioso de las

esposas.