CulturaLado B

Eugenio Oneguin, por Aleksandr Pushkin 9

El alma del que ha vivido y ha pensado no puede por menos de despreciar a la

gente. A aquel que es sensible le atormenta la visión de los días irrevocables; ya no

conoce el placer; la víbora del recuerdo y el arrepentimiento le consumen. Todo esto

añade a veces muchos encantos a la conversación. Al principio, el lenguaje de

Onieguin me desconcertaba; pero me acostumbré a sus discusiones sardónicas, a sus

bromas de miel y vinagre y a la maldad de sus tenebrosos epigramas.

Muy a menudo, en la época de verano, cuando el cielo sobre el Neva está claro y

transparente y cuando el espejo del agua no refleja el rostro de Diana, nos

acordábamos de las pasadas relaciones, de los amores de antaño. Otras veces,

sentimentales e indolentes, nos embriagábamos silenciosamente con el soplo de la

noche, como el prisionero que en sus delirios es transportado de la cárcel al bosque

verde. Así nuestros ensueños nos trasladaban a la época de nuestra primera juventud.

Con el alma llena de compasión, apoyado en el malecón, en pie, estaba Eugenio

todo pensativo. Reinaba el silencio; no se oía más que a los centinelas nocturnos, que

se llamaban el uno al otro, y, de cuando en cuando, el ruido lejano de los drochki, que

pasaban por la calle de Milionaya, o la barca que bogaba en el río dormido,

impulsada por los remos, y a lo lejos nos fascinaban el clarín y la música alegre. Pero

de todas las diversiones nocturnas la más dulce era el canto de las octavas de Tasso.

¡Oh, olas del Adriático! ¡Oh Brento! Tal vez no vuelva a veros ni a oír vuestra

mágica voz, sagrada para los hijos de Apolo, que me hizo familiar la lira altanera de

Albión. En libertad gozaré con indolencia de las noches de la dorada Italia, bogando

en una góndola secreta en compañía de una joven veneciana, a veces charlatana, otras

silenciosa; con ella mis labios aprenderán el lenguaje de Petrarca y del amor.

¿Llegará la hora de mi libertad? ¡Ya es tiempo, ya es tiempo! La imploro; voy errante

por el piélago y la espero; invoco los vientos favorables a la fiera tempestad que

empuje mi barco entre las olas por los caminos abiertos del mar. ¿Cuándo empezaré

mi libre carrera? Ya es hora de dejar la orilla aburrida; me es hostil el ambiente, y

entre las playas del Sur, bajo el cielo de mi África, podré suspirar por la sombría

Rusia, en la que sufrí, amé y enterré mi corazón.