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Festival de Coahuila en La Habana (I de II)

A mediados de la primera década del siglo, la República de Cuba le regaló al estado de Coahuila tres equipos completos para operar las cataratas, tanto aquí como en los estados aledaños, y el Gobierno de Coahuila decidió retribuir ese gesto, no con dinero sino con una muestra de nuestra cultura. Así, el Gobierno del estado nos mandó a La Habana al secretario de Educación, al de Desarrollo Económico y a mí, de Cultura, y nos acompañaron otros funcionarios.

Al llegar, personal del Gobierno cubano fue por nosotros al aeropuerto. Mis compañeros fueron alojados en casas del Gobierno menos yo pues resultó que por algún error no estaba en la lista, así que me hospedaron en un hotel, lo cual después agradecí pues ahí tenía restaurante, servicio de comida incluso en la noche y aire acondicionado.

Al día siguiente me llevaron a una entrevista con la secretaria de Cultura de Cuba. Una mujer simpatiquísima con quien pude tener una gran comunicación. En nuestra charla lo primero que me pidió fue que le platicara si José José —el cantante mexicano— ya se había contentado con su hijo. Debo de reconocer que no tenía idea ni de que estuviera en pleitos con su hijo o hija, pero le dije que sí, que ya estaban en esas cuestiones de arreglar sus problemas. Luego me preguntó por un crimen que sucedió en Monterrey, de un muchacho que mató a los hermanos de su novia y que él alegaba que lo había hecho a petición de su propia novia, y ella lo negaba. De eso estaba más o menos informado pues por la cercanía de Saltillo y Monterrey el caso se comentó mucho en los periódicos, la televisión y la radio. Recuerdo que le platiqué lo que sabía, con pelos y señales.

De eso platicamos mientras ambos fumábamos, pues los dos lo hacíamos con singular regocijo, al tiempo que bebíamos café tras café, que nos preparaba una de sus secretarias. Luego de reírnos de muchas anécdotas de artistas del cine mexicano, por fin hizo entrar al director de Cultura de La Habana y me lo presentó. El maestro Gaspar (no logro recordar su apellido). Resultó que era igual a mí: misma estatura, misma complexión, sin pelo y con idéntico sentido del humor.

La Secretaria de Cultura le explicó la cuestión, el deseo del Gobierno de Coahuila de corresponder al gesto del Gobierno de Cuba de regalarnos los equipos médicos con un festival de cultura coahuilense, nos dijo que tendría que ser realizado sólo en la ciudad de La Habana, para facilitar las cosas, y a mí me pidió que viera con el maestro Gaspar cómo podíamos organizarlo. Nos despedimos de la secretaria de Cultura, y Gaspar y yo nos fuimos al restaurante del hotel para platicar y explicarle cuál era nuestra idea.

En principio, Gaspar se sorprendió mucho de la envergadura del festival que le planteaba: siete días de eventos, con exposiciones de arte, una muestra del Museo del Desierto, una donación de libros de autores coahuilenses, un diálogo entre narradores y poetas coahuilenses y cubanos, conferencias de historia, un ballet de danza folclórica, y más.

Esa propuesta, me dijo, tenía que ser consensuada con las asociaciones de artistas y con diversas autoridades, pues la ciudad de La Habana está dividida en varios municipios, y cada municipio tiene un presidente municipal y una casa de cultura, etcétera, y además había que revisar los espacios y su disponibilidad. Entendí aquella situación, y quedamos de vernos al día siguiente para que me diera una opinión.

Al día siguiente nos encontramos y me llevó a conocer la Casa de México o Casa Juárez, en el centro del barrio antiguo, es decir La Habana Vieja (declarado Patrimonio de la Humanidad desde principios de los años 80). Ese municipio, el centro histórico de la ciudad, estaba dirigido por don Eusebio Leal, un gran historiador a quien se debía la restauración de ese maravilloso barrio.

Después de ver la Casa de México y apreciar las exposiciones que ahí tenían, Gaspar me dijo que teníamos cita con don Eusebio para que le explicara mi idea del festival, pues creían que lo mejor era que se celebraran todos los eventos en esa parte de la ciudad. Me dio mucho gusto la idea de conocer a tan ilustre personaje, de quien había leído mucho. Se decía que era el único del mando mayor de Fidel que le hablaba de tú y que Fidel lo escuchaba pues le tenía mucho respeto y admiración.

Antes de salir, Gaspar se informó en cuál oficina estaba don Eusebio pues, según supe después, tenía siete oficinas distribuidas en La Habana Vieja; empezaba sus labores a las siete de la mañana y de ahí, luego de acordar con sus colaboradores, iba a recorrer las labores de restauración que se estaban realizando en esos momentos. Le dijeron a Gaspar en qué lugar estaba y salimos para la entrevista.

Llegamos a un edificio muy bonito, y las oficinas estaban en la planta alta. Inmediatamente no hizo pasar y fuimos presentados. Nos instalamos en una salita y nos ofreció un café. Le expliqué la idea del festival, del cual ya le habían informado, pues al terminar mi explicación, don Eusebio resolvió la situación y nos indicó los lugares en donde podrían ser realizados los eventos. En la plática acordamos que para clausurar las festividades podríamos incluir a la Camerata de Coahuila, y de inmediato nos señaló que sería en la sede de la Camerata de La Habana, un antiguo convento, ahora museo, frente a la bahía de la ciudad.

Salimos de ahí con la mitad de los problemas resueltos pues ya teníamos los espacios prestados, ahora faltaba que aceptaran los artistas coahuilenses, trasladar una réplica del dinosaurio del Museo del Desierto que les donamos, que la Camerata accediera, y mil detalles más.