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Homenaje a don Julio Torri

Javier Villarreal Lozano (quien lamentablemente falleció en octubre pasado, a los 83 años) y yo fuimos amigos desde que, durante los años 60, viví un tiempo en Monclova, en donde él dirigía un periódico. Y juntos organizamos, allá, diversos eventos culturales. Fundamos un cine club junto con SAMAC (Sociedad Artística Monclova, A.C.), y llevamos varias veces a Carlos Monsiváis, a José Luis Cuevas, a Luis Guillermo Piazza, y algunas otras personalidades, a dar conferencias. Fue una época muy productiva y divertida.

Años después, en 1989 y en Saltillo, Javier dirigía el Instituto Estatal de Bellas Artes (que fue el antecedente del Instituto Coahuilense de Cultura y luego de la Secretaría de Cultura del estado), y yo estaba al frente de Difusión Cultural de la UA de C, y ese año se celebraba el centenario del nacimiento de Julio Torri, así que nos propusimos hacerle un gran homenaje, como nunca se había hecho en Coahuila, e invitamos a la flor y nata de la cultura nacional en esa época: Emmanuel Carballo (escritor, periodista, ensayista, crítico literario y editor), su esposa Beatriz Espejo (escritora, ensayista, catedrática de la UNAM y alumna de Julio Torri), don José Luis Martínez (académico, historiador, cronista, editor, diplomático y director del Fondo de Cultura Económica de 1977 a 1982), Carlos Monsiváis (periodista, ensayista, crítico literario, cronista de la Ciudad de México, quien al parecer poseía el don de la ubicuidad) y a Juan José Arreola (escritor, intelectual y en sus últimos años celebridad televisiva). Los invitados, al escuchar el nombre del homenajeado, aceptaron de inmediato.

Julio Torri nació en Saltillo, el 27 de junio de 1889 y murió en la Ciudad de México el 11 de mayo de 1970. Nació y vivió en una casa que estaba por la calle Victoria, frente a Correos y Telégrafos. En 1989 ya no existía la casa, en su lugar había un pequeño restaurante de hamburguesas. Don Julio Torri, que fue maestro en la UNAM, escribió poco, pero con lo que hizo fue suficiente para pasar a la historia de la literatura nacional.

Sus libros son «Ensayos y poemas», «De fusilamientos» y «La literatura española». Aún en vida, el Fondo de Cultura Económica publicó el volumen «Tres libros», que incluye sus dos primeras obras y una recopilación de «Prosas dispersas». Póstumamente se publicaron: «Diálogo de los libros», «El ladrón de ataúdes» (textos breves de Torri publicados en periódicos y revistas, recopilados por el estudioso canadiense Serge I. Zaïtzeff) y «Epistolarios». Lo curioso y lo genial de los textos de Julio Torri es que muchos de ellos aparecieron en numerosas antologías, pero el mismo texto podía aparecer en recopilaciones de relatos, de ensayos y de poemas, lo cual demuestra que son inclasificables y estupendos.

El homenaje fue todo un éxito pero lo que más llamó la atención del público fueron las excentricidades de don Julio; todos los invitados mencionaron algunas pues todos lo conocieron personalmente (que cuando niño, por tímido, estando en la escuela primaria, se orinó en los pantalones; que le gustaba bañar a las sirvientas, y salir en bicicleta a conocer sirvientas de su barrio; que, de hecho, iba a todas partes en bicicleta, incluso a dar clases; Beatriz Espejo habló, entre otras cosas, de los libros de la biblioteca de Torri, muchos encuadernados en cuero, y uno encuadernado en la tela del vestido de novia de su mamá).

El último día debía llegar Juan José Arreola, y claro, nunca llegó, ni avisó, y lo que se nos ocurrió a Javier y a mí fue darles constancias y reconocimientos a las grandes figuras que sí asistieron a la celebración, y ellos al agradecer las atenciones de las instituciones de cultura de Coahuila, elogiaron y agradecieron también ese merecidísimo homenaje a Torri. Terminó el evento y nos fuimos a cenar. Al día siguiente localizamos a Juan José Arreola y él, sorprendido, dijo que creía que era el siguiente viernes.

Cuando salieron las notas del homenaje en los periódicos, todos hacían reseñas muy positivas, pero sólo destacaban las excentricidades de Torri. Javier y yo, al recapitular el homenaje, nos dimos cuenta de que nadie anotó los libros de Torri y que sus virtudes literarias apenas se mencionaron, si es que se mencionaron. Y concluimos que lo único que enseñamos en ese homenaje fue que Julio Torri se orinaba en los pantalones en la primaria, que bañaba a las sirvientas y andaba en bicicleta en la Ciudad de México. Esa fue nuestra contribución a difundir la obra de Julio Torri.