«Cuántas cosas estamos a punto de descubrir si la cobardía y la dejadez no entorpeciera nuestra curiosidad.»
Mary Shelley
Soy ginebrino por nacimiento; y mi familia es una de las más distinguidas
de esa república. Durante muchos años mis antepasados han sido consejeros y
magistrados, y mi padre había ocupado varios cargos públicos con honor y
buena reputación. Todos los que lo conocían lo respetaban por su integridad y
por su infatigable dedicación a los asuntos públicos. Dedicó su juventud a los
aconteceres de su país y solo cuando su vida comenzó a declinar pensó en el
matrimonio y en ofrecer a su patria hijos que pudieran perpetuar sus virtudes y
su nombre en el futuro.
Como las circunstancias especiales de su matrimonio ilustran bien cuál era
su carácter, no puedo evitar referirme a ellas. Uno de sus amigos más íntimos
era un comerciante que, debido a numerosas desgracias, desde una posición
floreciente cayó en la pobreza. Este hombre, cuyo nombre era Beaufort, tenía
un carácter orgulloso y altivo, y no podía soportar vivir en la pobreza y en el
olvido en el mismo país en el que antiguamente se había distinguido por su
riqueza y su magnificencia. Así pues, habiendo pagado sus deudas, del modo
más honroso que pudo, se retiró con su hija a la ciudad de Lucerna, donde
vivió en el anonimato y en la miseria. Mi padre quería mucho a Beaufort, con
una verdadera amistad, y lamentó mucho su retiro en circunstancias tan
desgraciadas. También sentía mucho la pérdida de su compañía, y decidió ir a
buscarlo e intentar persuadirlo de que comenzara de nuevo con su crédito y su
ayuda.
Los dos anteriores fragmentos son las primeras letras de la novela Frankenstein, por Mary Shelley. ¿Sabes el nombre de el monstruo de Frankenstein? No, no es Frankenstein, aunque muchos piensen que lo es. Nunca se le da un nombre dentro de la novela, aunque durante una lectura pública, Mary Shelley se refirió a él como “Adam”.
«(…) mi tristeza aumentaba con el conocimiento.»
Mary Shelley
El monstruo va conociendo a los humanos y se va entristeciendo según va avanzando y aprendiendo cosas. Es muy habitual oír la frase que los ignorantes son más felices. De hecho nuestro refranero tiene un refrán para esto: «ojos que no ven, corazón que no siente». Lo cierto, la humanidad con las guerras muestra su peor rostro. No olvidemos lo que sucede con Ucrania y Rusia, verdaderamente es algo que no comprendemos.