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La huelga al desnudo (1 de 2)

En la época en que trabajaba en el departamento de F.E.A. (facturación, Embarques y Almacenes) del área de Pemex, de los Servicios Económicos de la Embajada Mexicana en Francia, un amigo me ofreció un puesto en la Dirección de Minas de la Secretaría del Patrimonio Nacional, en México, y como mi futuro económico en París no estaba muy claro, decidí regresar.

Lo que ni mi amigo ni yo sabíamos es que casi de inmediato lo cambiaron (y a nosotros, su personal más cercano junto con él) a la Dirección de la Compañía Minera Real del Monte y Pachuca, empresa desconcentrada del Gobierno Federal, ubicada en la capital del estado de Hidalgo. La compañía contaba con cinco mil mineros sindicalizados y con ochocientas personas de confianza. Era la minera más grande de América Latina y la única en que se podía ver todo el proceso de producción completo, desde el mineral que salía en piedra hasta los lingotes de oro y plata.

En esa época había más de 350 sindicatos mineros en toda la República y juntos formaban el Sindicato Minero Nacional, y ahí en Pachuca estaban las secciones uno y dos. El contrato colectivo de esas secciones era increíblemente extenso. Había más de tres mil escalafones, por lo que era muy difícil trabajar, pero lo hicimos.

Yo era el director de Administración y Servicios Generales. Me tocaba solucionar los problemas de los sindicatos, de seguridad, del comité de Compras, del parque vehicular, y más, era un área muy extensa.

Waso era el apellido del líder de la sección uno, que cubría Pachuca, y olvidé el nombre del líder del sindicato dos, que cubría Real del Monte. Yo vestía siempre de traje y corbata y el líder Jaime Waso, me lo dijeron en secreto, juró que me haría quitar el traje, así que yo, entonces, juré no quitármelo. En cada reunión semanal que teníamos, Waso pedía que fuera en la mina, que tenía dos kilómetros de profundidad y en la que hacía un calor terrible. Yo aceptaba y salía bañado en sudor, pero con traje y corbata.

La compañía estaba ya a punto de la quiebra. Los mineros trabajaban de lunes a viernes, con pago simple, pero el sindicato permitía que trabajaran los sábados, con pago doble, y los domingos, con pago triple. El director de la compañía y yo analizamos la cuestión y llegamos a la decisión de que se suspendieran los trabajos los sábados y los domingos, pues con eso ahorraríamos la mitad de la nómina semanal.

Jaime Waso me dijo que no habría pleito por esa decisión, ya que la ley nos amparaba, pero que buscaría otra excusa. Pronto nos enteramos de que harían una huelga porque se les debían materiales de seguridad. Mi amigo el director y yo nos fuimos esa noche a la Ciudad de México para hablar con el líder minero nacional.

Yo conocía a don Napoleón Gómez Sada —padre del actual líder—, porque nos tocó trabajar juntos, tiempo atrás, con Horacio Flores de la Peña, cuando era el Secretario de Patrimonio Nacional. Llegamos con don Napoleón y le explicamos la situación. Don Napoleón tomó el teléfono, le llamó a Jaime Waso y le instruyó para que suspendiera esa huelga. Mi amigo y yo regresamos felices a Pachuca.

Al día siguiente me despertó, a las 5 de la mañana, una llamada de mi subdirector de Minas para decirme que los trabajadores sí estaban en huelga y que, además, estaban todos desnudos.

Le hablé al director para decírselo y de inmediato me fui a la mina de San Juan, que era la más grande. Al entrar, vi a todos los mineros desnudos, o casi desnudos, pues eso sí, traían casco, cinturón y botas. Y ya estaba ahí la prensa, local y nacional, escrita, de radio y de televisión. Al reconocer mi carro los mineros lanzaron una alta y rítmica mentada de madre.

Le dije al chofer que saliéramos de los terrenos de la mina y nos fuimos a la casa del director, y ahí nos esperaba otra sorpresa: como todos los trabajadores eran sindicalizados, los jardineros empujaban las cortadoras de pasto completamente desnudos. Ellos no usaban casco. Muy pronto recibimos peticiones de las secretarías involucradas de que no impidiéramos la huelga.

Finalmente se dio una rueda de prensa donde el director aceptó el estado financiero de la empresa y dijo que la desnudez de los mineros mostraba la propia desnudez de la compañía. Luego tuvimos una reunión de trabajo con los líderes de las dos secciones mineras, y les pedimos que fueran vestidos.

Jaime Waso, el líder de la sección uno, me dijo después: “Alégrese, licenciado, lo hice famoso. Ya tenemos un récord Guinness”. Claro, fue la primera huelga de encuerados en el mundo. El periódico francés “Libération” sacó un titular enorme en su primera plana que decía: “Chapeau pour les mexicains” (bravo por los mexicanos).

En la reunión de trabajo con los líderes sindicales se tomaron decisiones para poder trabajar, de lo que escribiré en la continuación de esta columna.