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La huelga al desnudo (2 de 2)

Después de la huelga de mineros desnudos en la Compañía Real del Monte y Pachuca, hablamos muy en serio con los líderes sindicales y sus plantillas para comentarles la situación económica en que se encontraba la empresa. Les informamos que se corría el riesgo de declararla en quiebra y cerrarla.

Se tenía programada, en fecha muy próxima, una reunión con el Consejo de la empresa, que presidía el secretario Salinas de Gortari, para explicar la situación y la gravedad del problema. Unos días antes de la junta, el director me avisó que había hablado con el secretario de Patrimonio Nacional y le había pedido que hiciera las gestiones para que en la reunión con los consejeros estuvieran presentes los líderes y algunos miembros de sus sindicatos, para que estuvieran al tanto de lo difícil de la situación.

Luego nos comunicaron que habían dado luz verde para que asistieran los líderes sindicales y algunas de sus gentes. Se les informó lo anterior y eso les hizo ver lo serio de la situación en que se encontraba la compañía. En la reunión, en la Ciudad de México, el director explicó cómo habíamos encontrado la compañía y presentó posibles soluciones para consideración del Consejo.

La primera era la de declarar la quiebra, liquidar a todos los empleados y cerrar la compañía. La segunda, aumentar el presupuesto, pagar lo que se debía y continuar con menos trabajadores. Y la tercera fue la de liquidar al 50 por ciento del personal sindicalizado (y estábamos hablando de dos mil quinientas personas) y el 50 por ciento (cuatrocientas personas) de personal de confianza.

Se hicieron cálculos aproximados y el Consejo eligió la tercera opción: liquidar al 50 por ciento del personal, es decir, entre todos, 2,900 individuos. Saliendo de la junta, fuimos a cenar con los líderes y comentamos el problema. Les quedó claro que no los engañábamos y el estado financiero en que estaba la empresa. Lo entendieron, y Jaime Waso, líder del sindicato número uno, pidió unos días y dijo que luego hablaría con nosotros.

Días después, Jaime solicitó hablar con nosotros y llevó con él a algunos miembros de la mesa directiva. Nos explicó que comprendía la situación y nos pidió que ellos, los sindicatos uno y dos de la compañía, fueran los que hicieran el recorte de los mineros, y nos solicitó también que se subiera el porcentaje de personal de confianza a despedir, para poder argumentarle a sus agremiados que serían más, en porcentaje, los empleados de confianza liquidados.

Le informamos al secretario de Sepanal las peticiones, las consultó con el Consejo y las aceptaron. Se lo comunicamos a los sindicatos y fijaron una fecha muy cercana para comunicarles a los trabajadores la terrible noticia. Hablamos Jaime y yo —que para esa fecha llevábamos ya una buena amistad— y le pedí que no fueran a seleccionar a mineros por venganzas. Me prometió que no sería así, y me reveló que la selección sería hecha entre los mineros más grandes de edad y los de mayor antigüedad en las minas, pues si se quería rescatar a la empresa, se necesitarían los trabajadores más jóvenes y fuertes.

Era lógico, y aunque eso elevaría el costo de la liquidación se aceptó. A mí me tocó hablar con el personal de confianza, 500 empleados. Fueron unos días terribles. El director instruyó a los directores de área para que ellos hablaran con su personal y les comunicaran que sería despedidos.

Fueron tres meses terribles. Las casas donde vivíamos amanecían todas grafiteadas, llenas de insultos y amenazas. Tuvimos que andar custodiados, pues Pachuca, Real del Monte y Velasco eran poblaciones que vivían de la compañía, las cuales, de golpe, perdieron tres mil empleos. Hay que verlo traducido en familias. El ambiente resultaba muy espeso. Finalmente, con tristeza, se logró el cometido, y la compañía se salvó.

Al pasar toda esa situación, decidí renunciar, y tomé un trabajo que me ofrecía Mauricio Peredo en la Ciudad de México, en la Secretaría de Educación Pública Federal. Ahí comenzó mi trabajo en la Unidad de Televisión Educativa y Cultural, como coordinador de invitados, en el programa “Aproximaciones”, con el maestro Juan José Arreola como conductor y estrella, Héctor Azar como director de escena, Raquel Tibol en la sección de Artes Visuales, mi hermano Jesús Enrique Guerra en la coordinación de la sección de Libros, y Mauricio Peredo en la dirección general del programa.