Como tuvo que abrir la puerta de esta forma, ésta estaba ya bastante
abierta y todavía no se le veía. En primer lugar tenía que darse
lentamente la vuelta sobre sí mismo, alrededor de la hoja de la puerta, y
ello con mucho cuidado si no quería caer torpemente de espaldas justo
ante el umbral de la habitación. Todavía estaba absorto en llevar a cabo
aquel difícil movimiento y no tenía tiempo de prestar atención a otra
cosa, cuando escuchó al apoderado lanzar en voz alta un «¡Oh!» que
sonó como un silbido del viento, y en ese momento vio también cómo
aquél, que era el más cercano a la puerta, se tapaba con la mano la boca
abierta y retrocedía lentamente como si le empujase una fuerza
invisible que actuaba regularmente. La madre -a pesar de la presencia
del apoderado, estaba allí con los cabellos desenredados y levantados
hacia arriba- miró en primer lugar al padre con las manos juntas, dio a
continuación dos pasos hacia Gregorio y, con el rostro completamente
oculto en su pecho, cayó al suelo en medio de sus faldas, que quedaron
extendidas a su alrededor. El padre cerró el puño con expresión
amenazadora, como si quisiera empujar de nuevo a Gregorio a su
habitación, miró inseguro a su alrededor por el cuarto de estar, después
se tapó los ojos con las manos y lloró de tal forma que su robusto pecho
se estremecía por el llanto.
Gregorio no entró, pues, en la habitación, sino que se apoyó en la parte
intermedia de la hoja de la puerta que permanecía cerrada, de modo
que sólo podía verse la mitad de su cuerpo y sobre él la cabeza,
inclinada a un lado, con la cual miraba hacia los demás. Entre tanto el
día había aclarado; al otro lado de la calle se distinguía claramente una
parte del edificio de enfrente, negruzco e interminable -era un hospital-,
con sus ventanas regulares que rompían duramente la fachada. Todavía
caía la lluvia, pero sólo a grandes gotas que eran lanzadas hacia abajo
aisladamente sobre la tierra. Las piezas de la vajilla del desayuno se
extendían en gran cantidad sobre la mesa porque para el padre el
desayuno era la comida principal del día, que prolongaba durante
horas con la lectura de diversos periódicos. Justamente en la pared de
enfrente había una fotografía de Gregorio, de la época de su servicio
militar, que le representaba con uniforme de teniente, y cómo, con la
mano sobre la espada, sonriendo despreocupadamente, exigía respeto
para su actitud y su uniforme. La puerta del vestíbulo estaba abierta y
se podía ver el rellano de la escalera y el comienzo de la misma, que
conducían hacia abajo.
7 de Junio Digital > Noticias > Cultura > La metamorfosis, por Kafka 12
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