CulturaLado B

La metamorfosis, por Kafka 4

Al principio tenía la intención de levantarse tranquilamente y, sin ser
molestado, vestirse y, sobre todo, desayunar, y después pensar en todo
lo demás, porque en la cama, eso ya lo veía, no llegaría con sus
cavilaciones a una conclusión sensata. Recordó que ya en varias
ocasiones había sentido en la cama algún leve dolor, quizá producido
por estar mal tumbado, dolor que al levantarse había resultado ser sólo
fruto de su imaginación, y tenía curiosidad por ver cómo se iban
desvaneciendo paulatinamente sus fantasías de hoy. No dudaba en
absoluto de que el cambio de voz no era otra cosa que el síntoma de un
buen resfriado, la enfermedad profesional de los viajantes.
Tirar el cobertor era muy sencillo, sólo necesitaba inflarse un poco y
caería por sí solo, pero el resto sería difícil, especialmente porque él era
muy ancho. Hubiera necesitado brazos y manos para incorporarse, pero
en su lugar tenía muchas patitas que, sin interrupción, se hallaban en el
más dispar de los movimientos y que, además, no podía dominar. Si
quería doblar alguna de ellas, entonces era la primera la que se estiraba,
y si por fin lograba realizar con esta pata lo que quería, entonces todas
las demás se movían, como liberadas, con una agitación grande y
dolorosa.
«No hay que permanecer en la cama inútilmente», se decía Gregorio.
Quería salir de la cama en primer lugar con la parte inferior de su
cuerpo, pero esta parte inferior que, por cierto, no había visto todavía y
que no podía imaginar exactamente, demostró ser difícil de mover; el
movimiento se producía muy despacio, y cuando, finalmente, casi
furioso, se lanzó hacia delante con toda su fuerza sin pensar en las
consecuencias, había calculado mal la dirección, se golpeó fuertemente
con la pata trasera de la cama y el dolor punzante que sintió le enseñó
que precisamente la parte inferior de su cuerpo era quizá en estos
momentos la más sensible.
Así pues, intentó en primer lugar sacar de la cama la parte superior del
cuerpo y volvió la cabeza con cuidado hacia el borde de la cama. Lo
logró con facilidad y, a pesar de su anchura y su peso, el cuerpo siguió
finalmente con lentitud el giro de la cabeza. Pero cuando, por fin, tenía
la cabeza colgando en el aire fuera de la cama, le entró miedo de
continuar avanzando de este modo porque, si se dejaba caer en esta
posición, tenía que ocurrir realmente un milagro para que la cabeza no
resultase herida, y precisamente ahora no podía de ningún modo
perder la cabeza, antes prefería quedarse en la cama.
Pero como, jadeando después de semejante esfuerzo, seguía allí
tumbado igual que antes, y veía sus patitas de nuevo luchando entre sí,
quizá con más fuerza aún, y no encontraba posibilidad de poner
sosiego y orden a este atropello, se decía otra vez que de ningún modo
podía permanecer en la cama y que lo más sensato era sacrificarlo todo,
si es que con ello existía la más mínima esperanza de liberarse de ella.
Pero al mismo tiempo no olvidaba recordar de vez en cuando que
reflexionar serena, muy serenamente, es mejor que tomar decisiones
desesperadas. En tales momentos dirigía sus ojos lo más agudamente
posible hacia la ventana, pero, por desgracia, poco optimismo y ánimo
se podían sacar del espectáculo de la niebla matinal, que ocultaba
incluso el otro lado de la estrecha calle.