CulturaLado B

La metamorfosis, por Kafka 51

-Tenemos que intentar quitárnoslo de encima -dijo entonces la
hermana, dirigiéndose sólo al padre, porque la madre, con su tos, no oía
nada-. Los va a matar a los dos, ya lo veo venir. Cuando hay que
trabajar tan duramente como lo hacemos nosotros no se puede, además,
soportar en casa este tormento sin fin. Yo tampoco puedo más- y
rompió a llorar de una forma tan violenta, que sus lágrimas caían sobre
el rostro de la madre, la cual las secaba mecánicamente con las manos.
-Pero hija -dijo el padre compasivo y con sorprendente comprensión-.
¡Qué podemos hacer!
Pero la hermana sólo se encogió de hombros como signo de la
perplejidad que, mientras lloraba, se había apoderado de ella, en
contraste con su seguridad anterior.
-Sí él nos entendiese… -dijo el padre en tono medio interrogante.
La hermana, en su llanto, movió violentamente la mano como señal de
que no se podía ni pensar en ello.
-Sí él nos entendiese… -repitió el padre, y cerrando los ojos hizo suya la
convicción de la hermana acerca de la imposibilidad de ello-, entonces
sería posible llegar a un acuerdo con él, pero así…
-Tiene que irse -exclamó la hermana-, es la única posibilidad, padre.
Sólo tienes que desechar la idea de que se trata de Gregorio. El haberlo
creído durante tanto tiempo ha sido nuestra auténtica desgracia, pero
¿cómo es posible que sea Gregorio? Si fuese Gregorio hubiese
comprendido hace tiempo que una convivencia entre personas y
semejante animal no es posible, y se hubiese marchado por su propia
voluntad: ya no tendríamos un hermano, pero podríamos continuar
viviendo y conservaríamos su recuerdo con honor. Pero esta bestia nos
persigue, echa a los huéspedes, quiere, evidentemente, adueñarse de
toda la casa y dejar que pasemos la noche en la calle. ¡Mira, padre -gritó
de repente-, ya empieza otra vez!