CulturaLado B

La metamorfosis, por Kafka 52

Y con un miedo completamente incomprensible para Gregorio, la
hermana abandonó incluso a la madre, se arrojó literalmente de su silla,
como si prefiriese sacrificar a la madre antes de permanece cerca de
Gregorio, y se precipitó detrás del padre que, principalmente irritado
por su comportamiento, se puso también en pie y levantó los brazos a
media altura por delante de la hermana para protegerla.
Pero Gregorio no pretendía, ni por lo más remoto, asustar a nadie, ni
mucho menos a la hermana. Solamente había empezado a darse la
vuelta para volver a su habitación y esto llamaba la atención, ya que,
como consecuencia de su estado enfermizo, para dar tan difíciles
vueltas tenía que ayudarse con la cabeza, que levantaba una y otra vez
y que golpeaba contra el suelo. Se detuvo y miró a su alrededor; su
buena intención pareció ser entendida; sólo había sido un susto
momentáneo, ahora todos lo miraban tristes y en silencio. La madre
yacía en su silla con las piernas extendidas y apretadas una contra otra,
los ojos casi se le cerraban de puro agotamiento. El padre y la hermana
estaban sentados uno junto a otro, y la hermana había colocado su
brazo alrededor del cuello del padre.
«Quizá pueda darme la vuelta ahora», pensó Gregorio, y empezó de
nuevo su actividad. No podía contener los resuellos por el esfuerzo y de
vez en cuando tenía que descansar. Por lo demás, nadie le apremiaba,
se le dejaba hacer lo que quisiera. Cuando hubo dado la vuelta del todo
comenzó enseguida a retroceder todo recto… Se asombró de la gran
distancia que le separaba de su habitación y no comprendía cómo, con
su debilidad, hacía un momento había recorrido el mismo camino sin
notarlo. Concentrándose constantemente en avanzar con rapidez,
apenas se dio cuenta de que ni una palabra, ni una exclamación de su
familia le molestaba. Cuando ya estaba en la puerta volvió la cabeza, no
por completo, porque notaba que el cuello se le ponía rígido, pero sí vio
aún que tras de él nada había cambiado, sólo la hermana se había
levantado. Su última mirada acarició a la madre que, por fin, se había
quedado profundamente dormida. Apenas entró en su habitación se
cerró la puerta y echaron la llave.