CulturaLado B

La metamorfosis, por Kafka 56

-Quiero decir exactamente lo que digo -contestó el señor Samsa,
dirigiéndose con sus acompañantes hacia el huésped. Al principio éste
se quedó allí en silencio y miró hacia el suelo, como si las cosas se
dispusiesen en un nuevo orden en su cabeza.
-Pues entonces nos vamos -dijo después, y levantó los ojos hacia el
señor Samsa como si, en un repentino ataque de humildad, le pidiese
incluso permiso para tomar esta decisión.
El señor Samsa solamente asintió brevemente varias veces con los ojos
muy abiertos. A continuación el huésped se dirigió, en efecto, a grandes
pasos hacia el vestíbulo; sus dos amigos llevaban ya un rato
escuchando con las manos completamente tranquilas y ahora daban
verdaderos brincos tras de él, como si tuviesen miedo de que el señor
Samsa entrase antes que ellos en el vestíbulo e impidiese el contacto con
su guía. Ya en el vestíbulo, los tres cogieron sus sombreros del
perchero, sacaron sus bastones de la bastonera, hicieron una reverencia
en silencio y salieron de la casa. Con una desconfianza completamente
infundada, como se demostraría después, el señor Samsa salió con las
dos mujeres al rellano; apoyados sobre la barandilla veían cómo los
tres, lenta pero constantemente, bajaban la larga escalera, en cada piso
desaparecían tras un determinado recodo y volvían a aparecer a los
pocos instantes. Cuanto más abajo estaban tanto más interés perdía la
familia Samsa por ellos, y cuando un oficial carnicero, con la carga en la
cabeza en una posición orgullosa, se les acercó de frente y luego,
cruzándose con ellos, siguió subiendo, el señor Samsa abandonó la
barandilla con las dos mujeres y todos regresaron aliviados a su casa.