CulturaLado B

La metamorfosis, por Kafka 57

Decidieron utilizar aquel día para descansar e ir de paseo; no solamente
se habían ganado esta pausa en el trabajo, sino que, incluso, la
necesitaban a toda costa. Así pues, se sentaron a la mesa y escribieron
tres justificantes: el señor Samsa a su dirección, la señora Samsa al señor
que le daba trabajo, y Greta al dueño de la tienda. Mientras escribían
entró la asistenta para decir que ya se marchaba porque había
terminado su trabajo de por la mañana. Los tres que escribían
solamente asintieron al principio sin levantar la vista; cuando la
asistenta no daba señales de retirarse levantaron la vista enfadados.
-¿Qué pasa? -preguntó el señor Samsa.
La asistenta permanecía de pie junto a la puerta, como si quisiera
participar a la familia un gran éxito, pero que sólo lo haría cuando la
interrogaran con todo detalle. La pequeña pluma de avestruz colocada
casi derecha sobre su sombrero, que, desde que estaba a su servicio,
incomodaba al señor Samsa, se balanceaba suavemente en todas las
direcciones.
-¿Qué es lo que quiere usted? -preguntó la señora Samsa que era, de
todos, la que más respetaba la asistenta.
-Bueno- contestó la asistenta, y no podía seguir hablando de puro
sonreír amablemente-, no tienen que preocuparse de cómo deshacerse
de la cosa esa de al lado. Ya está todo arreglado