CulturaLado B

La metamorfosis, por Kafka 7

-De otro modo, señora, tampoco puedo explicármelo yo -dijo el
apoderado-. Espero que no se trate de nada serio, si bien tengo que
decir, por otra parte, que nosotros, los comerciantes, por suerte o por
desgracia, según se mire, tenemos sencillamente que sobreponernos a
una ligera indisposición por consideración a los negocios.
-Vamos, ¿puede pasar el apoderado a tu habitación? -preguntó
impaciente el padre.
-No- dijo Gregorio.
En la habitación de la izquierda se hizo un penoso silencio, en la
habitación de la derecha comenzó a sollozar la hermana.
¿Por qué no se iba la hermana con los otros? Seguramente acababa de
levantarse de la cama y todavía no había empezado a vestirse; y ¿por
qué lloraba? ¿Porque él no se levantaba y dejaba entrar al apoderado?,
¿porque estaba en peligro de perder el trabajo y entonces el jefe
perseguiría otra vez a sus padres con las viejas deudas? Éstas eran, de
momento, preocupaciones innecesarias. Gregorio todavía estaba aquí y
no pensaba de ningún modo abandonar a su familia. De momento yacía
en la alfombra y nadie que hubiese tenido conocimiento de su estado
hubiese exigido seriamente de él que dejase entrar al apoderado. Pero
por esta pequeña descortesía, para la que más tarde se encontraría con
facilidad una disculpa apropiada, no podía Gregorio ser despedido
inmediatamente. Y a Gregorio le parecía que sería mucho más sensato
dejarle tranquilo en lugar de molestarle con lloros e intentos de
persuasión. Pero la verdad es que era la incertidumbre la que apuraba a
los otros hacia perdonar su comportamiento.