Cultura

Llueve un café chamuscado, por Miguel Ángel Gómez

Su tercer poemario se desploma en nuestro sillón. De acuerdo con la poética beat −dada a hablar de tumbas humeantes, visiones, presagios y alucinaciones− gusta Paula Díaz Altozano de rescatar el juego ginsberiano del culturalismo, de variar versos en perpetua identidad con la otredad: “Perdónanos mar / perdónanos ciudad embravecida / como nosotros hemos perdonado a las empresas tecnológicas / a la física nuclear / a Raskolnikov”. Altozano, a conciencia, evita mirar los carteles luminosos de la fama, le vienen a la cabeza multitud de noticias: “Los millenniales tienen muy mala prensa. Hay miles de artículos que critican con dureza a la llamada generación perdida o generación smartphone. Les acusan de frívolos, consumistas y egoístas; de vagos y superficiales; de ser la peor generación”; “Preparados o no, los ordenadores están llegando a la gente. Es una buena noticia, quizá la mejor desde la psicodelia”; “El presidente de Argentina, Alberto Fernández, anunció este domingo que su gobierno ha decidido cerrar las fronteras del país durante al menos 15 días para evitar la propagación del coronavirus”. Lo que nos espera detrás de la pluma de la joven siempre tiene interés: unas huellas en la orilla, una aparición, un café ardiendo escuchando a Billy Joel, el virus que despierta un instinto de supervivencia.

Noches claras del alma en las que Hiroshima da sentido a una huida imposible. Hay una evolución en su poesía con un aire nada distraído. “Atardecer en Buenos Aires” se titula el primer poema de la cuarta parte, es una anécdota bien contada, está su rostro que se mira “en el espejo del baño / mar de pájaros rojizos / el vapor difumina mis ojos lejanos mis mejillas / el fuego llena lentamente la habitación del hotel”. El amor llega con la intención de zambullirse en las profundidades de nosotros mismos. Reaparece después con el fin del mundo, caminando “por calles que arden” donde se ven “a los soldados que desinfectan autobuses”. Y termino subrayando los “Siete cantos” finales (que lo cubren todo a la manera de Ezra Pound) donde se nos dice: “Llueve afuera llueve fuego / nuestros rostros se debaten entre el vértigo y la ruina / llueve un café chamuscado / música de jazz”. Basta abrir Unicornios, un homenaje de muchas maneras, para que truene bajo nuestros pies y se abra un abismo que nos lleve rumbo a la magia, a territorios curiosos, al asombro de la vida cotidiana.