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Mi primer escándalo en Hollywood

En 1973, yo trabajaba en el Fondo de Cultura Económica, y también trabajaban ahí, pero como asesores, Carlos Monsiváis y Manuel Ávila Camacho. Por esa época el FCE en asociación con la Editorial Rizzoli, de Italia, abriría una librería en Nueva York, y el director del Fondo nos pidió a Carlos, a Manuel y a mí que fuéramos a esa ciudad para supervisar cómo iban los trabajos del nuevo establecimiento, y los tres, claro, con todo gusto aceptamos. Estaríamos allá algunas semanas y era otoño.

Manuel nos propuso que primero pasáramos una semana a Los Angeles, California, para, según él, visitar y presentarnos a Rita Hayworth. Nos dijo que la conocía muy bien pues cuando ella estaba casada con Orson Welles querían filmar una película en México, sobre un dictador, y les iba a dar asesoría el expresidente de la República, tío de Manuel.

Carlos no aceptó pues Manuel era un mitómano, y yo acepté para pasar esa semana en Los Angeles y, estando allá, cuando los planes para saludar a la actriz fallaran, poder decirle: «Eres un mentiroso». Salimos Manuel y yo a California y llegamos a un hotel muy fifí llamado el Chateau Marmont. Un hotelazo.

Llegamos en sábado y nos acompañó un amigo de Manuel, un fotógrafo cuyo nombre no recuerdo. El domingo, después del desayuno, salimos rumbo a casa de la estrella de cine. Yo iba con muchas dudas. Llegamos a una gran mansión, con mucho jardín, pero sin rejas ni barda. En la calle estaba un autobús de turistas y oíamos que el guía decía que esa era la casa de Rita Hayworth, la actriz de la famosa película «Gilda».

Bajamos del taxi y caminamos por la vereda enlosada hacia la puerta principal de la casa. Manuel nos dijo que había hablado con ella la noche anterior desde el hotel. Tocó a la puerta varías veces y yo pensaba: «No hay nadie y nos dirá una mentira para justificarse». Pero en ese momento, desde dentro, una voz de mujer preguntó en inglés quién era. Manuel le contestó: «Rita, soy Manuel, y mis amigos». Se oyó una exclamación de alegría. «¡Manuel, eres tú!» Y acto seguido se abrió la puerta y ahí estaba, de carne y hueso, Rita Hayworth.

Recordé que estuvo casada con el Sha de Irán y que cuando cumplía años su marido le regalaba su peso en diamantes (claro que cuando se divorció del Sha no la dejaron sacar los diamantes); recordé las películas que hizo con Orson Welles, como «La dama de Shanghái»; su famosa «Gilda», de Charles Vidor, y no sé cuántas cosas más cuando estaba ya extendiendo la mano para saludarla. No podía creer que estuviera saludando a esa gran y célebre actriz.

Nos pasó a la sala y nos ofrece un café. Sólo yo acepté y me invitó a que pasara con ella a la cocina para preparar uno soluble pues, me explicó, como era domingo, no iba nadie de la servidumbre ni ninguno de sus asistentes. Yo no dejaba de verla mientras preparábamos ese café, y ella muerta de risa porque no sabía dónde estaban las cosas, y yo ayudándola a buscar platos y cucharas. Al fin lo logramos y regresamos a la sala.

Un rato después nos pidió que la disculpáramos un momento pues iba a cambiarse de vestido para ir a comer, quería ir a un restaurante del Hotel Beverly Hills pues ahí hacían una ensalada de pollo que le encantaba. A su regreso nos dio la llave de su carro y el fotógrafo fue quien condujo hasta el hotel. Al entrar, todo mundo la reconocía, le tomaban fotos y la saludaban, y ella como si nadie la viera. Seguía platicando con nosotros. El capitán le dio la bienvenida y la llevó a su mesa. Era una mesa circular, de esas con sillón corrido alrededor de la mesa. Ella se deslizó, luego Manuel y el fotógrafo de un lado y yo del otro, al lado de Rita.

La actriz de inmediato pidió cuatro vodkas gin, y nos habló sobre su hija Yasmine, que estaba en Nueva York, y le pidió a Manuel le llevara unas cosas cuando nosotros nos fuéramos para allá. Pronto pidió otros cuatro vodkas gin, y luego, de golpe, nos miró con cara de extrañeza, y preguntó, en voz bastante alta, que quiénes éramos nosotros. El capitán y un mesero oyeron eso y se acercaron a preguntarle si había algún problema. Ella nos señaló y volvió a preguntar: «¿Quiénes son ustedes?»

El capitán llamó a otros camareros y nos pidieron acompañarlos. Asustados, los seguimos y en la puerta del restaurante nos interrogaron. Manuel explicó la situación y mostramos pasaportes y el dinero que traíamos, cuando escuchamos gritar a Rita: «¡Manuel, Armando, vengan a sentarse! ¿Por qué se fueron?»

El capitán, ahora más sorprendido que nosotros, nos pidió que regresáramos a la mesa de la señora Heyworth. Regresamos, nos sentamos, aún con el susto; luego se acercó una mujer a la mesa a saludar a Rita y ella le aventó el vodka gin a la pobre mujer, que luego supimos, por los meseros, era una productora de cine, hermana de Michael Cacoyannis, el director de «Zorba, el Griego». La mujer, empapada, se retiró, y Rita, como si nada, dijo que ya no tenía hambre, que nos fuéramos a su casa. De inmediato aceptamos pues, la verdad, nosotros tampoco teníamos hambre después del susto y seguíamos asombrados.

Llegamos de nuevo a la mansión de Rita Hayworth y ella se puso a jugar con cuatro perritos pequeños, luego el fotógrafo nos tomó unas fotos (yo aún conservo la mía, donde estoy con ella, Rita sostenida de mi brazo). Luego le mostramos un libro que habían publicado sobre su vida y lo empezó a hojear y nos dijo que su apellido original era Cansino. Veía cada foto y nos iba comentando alguna cosa de los actores o las actrices con los que aparecía en la imagen, y de otros nos decía que ni se acordaba quienes eran. Nos platicó que fue muy feliz con Orson Welles, y del fastidio con el Sha de Irán.

Sobre la chimenea estaba una escultura, una imitación de la «Catedral», de Auguste Rodin, pero con las manos de ella y de Orson Welles. Luego nos llevó a ver el cuarto de su hija Yasmine y ahí estaba una fotografía promocional con Rita, de pie, y rodeándola, de rodillas, los principales actores de cine de esa época, Robert Taylor, y ya no recuerdo bien, pero creo que los otros eran Paul Newman, Gary Grant, James Stewart, Henry Fonda, y tal vez algún otro. Creo que eran ellos, hincados alrededor de Rita Hayworth.

En algún momento nos platicó que le ofrecían un papel en una película que se llamaría «Una grieta en el espejo», junto a Elizabeth Taylor, pero que no creía que fuera a aceptar. (No la hizo, la sustituyó Kim Novak. De hecho, la que resultó ser su última película, «La ira de Dios» se estrenó un año antes, en 1972.)

Se hizo tarde y nos fuimos al hotel, y al día siguiente regresamos a su casa para despedirnos. Ahora la casa estaba llena de asistentes y servidumbre; entramos a su oficina y nos despedimos de beso en la mejilla.

Nosotros creímos que el escándalo en el restaurante había sido por el alcohol. Cuando murió, en 1987, supimos que tenía Alzheimer.