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Otra visita a la FIAC

Años después de la visita que hice a la FIAC (Feria Internacional del Arte Contemporáneo) de París, que comenté en mi colaboración anterior, fui de nuevo, con mis amigos, pero ahora estaba instalada junto a los terrenos de la Torre Eiffel, junto al río Sena. Había lonas gigantescas que cubrían más de 400 galerías de alrededor de 120 países. Los estands de las tiendas, cafeterías, restaurantes y los baños estaban construidos con altos paneles que llegaban hasta la lona que cubría aquellas maravillosas galerías de pintura, escultura, fotografía y videoarte. Esa feria era una verdadera locura que requería que uno asistiera los 10 días que estaba instalada. Los visitantes eran coleccionistas y conocedores, que llegaban de todo el mundo, pues ahí podían adquirir obras de una gran variedad, de un enorme número de artistas. También había promotores de cultura, que buscaban contratar exposiciones para sus países, y, claro, había público en general, de la ciudad y del país, así como muchísimos turistas internacionales.

Al entrar te entregaban el mapa de la feria, para localizar países, galerías, cafeterías, restaurantes, y además señalaba los lugares en que se encontraban las obras clásicas exhibidas y los artistas que estarían presentes en los estands de las galerías que exhibían sus obras. Aquello, en verdad, era una gran oportunidad para ver qué estaba sucediendo en las artes visuales en diferentes partes del mundo.

Nosotros íbamos recorriendo las galerías. En muchos de los estands vendían o regalaban, en tarjetas postales, fotografías de algunas de las obras de sus principales creadores. En una de las galerías nos detuvimos pues ahí se estaba montando el escenario para que una fotógrafa americana, muy destacada, tomara fotos frente al público. La modelo estaba de pie en el centro del estand, cubierta por un vestido negro, muy entallado, que se extendía por todo el suelo. Era como si la modelo emergiera de esa alfombra negra. En el proceso del montaje en el que se encontraban, muchas personas estaban poniendo corcholatas de refresco a cada dos centímetros, sobre el vestido-alfombra, y eran corcholatas de un refresco en particular: Pepsi Cola.

La visión de ese escenario nos hizo detenernos. Entonces, una jovencita, que parecía estar al frente de la galería, nos regaló unas tarjetas postales con trabajos de la fotógrafa que llegaría un rato después, cuando todo el escenario estuviera listo, a dar indicaciones sobre el alumbrado y dirigir a la modelo.

Las postales que nos regaló mostraban lo siguiente: en una se veía un cuarto de hotel, de baja categoría, y una pareja sentada frente a una mesita. Pero lo que llamaba la atención era que todo el cuarto, paredes, mobiliario y los modelos, estaban recubiertos de carne molida. Causaba un impacto bastante raro mirar aquella obra. La segunda postal mostraba un comedor en el que un hombre y una mujer se encontraban comiendo, pero ahora todo estaba cubierto de pescados (pescados reales, por supuesto).

Esas tarjetas publicitarias de la artista me hicieron entablar conversación con la joven que atendía el estand, y que resultó ser la dueña de la galería. Ivonne Amour. Ivonne nos explicó que su galería estaba a un costado de la plaza de la Bastilla (un barrio restaurado que ahora —en ese tiempo— estaba de moda, y había galerías de arte, restaurantes, bares, centros nocturnos, salas de baile y tiendas caras).

Ivonne nos platicó de los artistas que había promovido y entre ellos nombró al artista Julio Galán. En ese momento salté y le dije, muy orgulloso, que lo conocía y era de mi estado, Coahuila. Ella, sorprendida, nos preguntó si éramos mexicanos. Le dijimos que sí, y ella, en español, nos contestó que ella también, y nos dio mucha risa pues llevábamos una hora hablando en francés.

Nos invitó a cenar a su departamento, ubicado a un costado del Molino Rojo, y nos dijo que iría la fotógrafa, su modelo y sus técnicos. Nos platicó que, de cada foto, la artista hacía 10 copias, las firmaba, y se vendían a diez mil dólares cada una.

Le comenté que había leído una declaración de Julio Galán en la que había dicho que, en París, después de una exposición, le habían ofrecido una gran cena y en su honor habían llevado al último «castrato» para que cantara para él. Ivonne Amour nos explicó, riendo, que ella era quien le había dado esa cena, y que el castrato no era tal, sino una mujer que cantaba en el metro y que, por su voz, se decía que se parecía a Édith Piaf.

Fue una gran charla con Ivonne Amour, y una buena experiencia presenciar el lentísimo montaje de ese estupendo escenario, pero la colocación de las corcholatas tomaría bastante tiempo todavía y la fotógrafa había avisado que llegaría más tarde, así que seguimos nuestro recorrido, luego de intercambiar números de teléfono y direcciones, y de quedar de vernos esa noche en su departamento.

Llegamos a una galería alemana, también de fotografía, en la que se exponían obras de un artista cuyo tema central era el sadomasoquismo. Se vendían en series de diez fotos. Al verlas pensé: «Muy alemán». Obvio, las series estaban carísimas. Comentamos que más bien causaban repulsión, y el dueño o el encargado de la galería, nos dijo que esa era la intención del artista, y que había muy buen mercado para ese arte.

Seguimos recorriendo la FIAC.