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Porfirio Díaz, una efigie eclipsada 3

La Batalla de La Carbonera representó un momento importante en la lucha contra los franceses, una prueba de valor y tenacidad de ambas partes. Dicha batalla se firma en las memorias del general Díaz con fecha: “18 de octubre 1866. Independencia y Reforma”. Han pasado casi 150 años de que Porfirio Díaz escribiera desde el Cuartel General en las “Minas” al ministro de Guerra y Marina una carta de los pormenores de dicha batalla.

Porfirio Díaz, una efigie eclipsada por el progreso y la represión. Su personalidad constituye una serie de características que van desde su voz de mando hasta la transformación política que viviría él a lo largo de los años; su figura sigue siendo una iconografía de piedra.

“…pueden atribuírsele actos laudables; pero si ha detenido las ruedas del progreso por algún tiempo para alimentar su propia ambición, la historia no lo absolverá de este delito. Lo que cuenta es el saldo; lo que decide es la balanza. […] ¿no hemos de juzgarlo, no como estadista, sino como criminal? […] Si se considera a Washington un gran estadista, o a Jefferson, o a Lincoln, o cualquier otra luminaria de la historia política de Norteamérica, estoy seguro de que ante los hechos no se puede considerar al mismo tiempo que lo es Porfirio Díaz. Lo que éste ha hecho, Washington, Jefferson, Lincoln, hubieran aborrecido hacerlo; al mismo lector le pugnaría hacer o ver hacer tales cosas, si en realidad en realidad es un admirador de cualquiera de esos hombres”.[1]

El momento histórico que le toco vivir requería de un hombre con energía, Díaz poseía todos los atributos de su tiempo, era un militar con una larga trayectoria en el campo de batalla, sus éxitos militares le daban el respaldo y prestigio nacional. Se comenta que Porfirio Díaz lloraba al hablar en público, que su lenguaje está integrado por aforismos y su discurso era pragmático y significativo.

José de la Cruz Porfirio nace un 15 de septiembre de 1830 en la ciudad de Oaxaca. “…nace en un antiguo caserón ubicado en la calle de la Soledad, frente a la iglesia del mismo nombre, sitio que el padre había rentado para establecer una posada que se llamó “Mesón de la Soledad”, pero allí mismo instaló un taller de herrería y un hospital de veterinaria, pues don José Faustino Díaz era reconocido como un buen veterinario”.[2]


[1] Kenneth Turner, John. (2011). México Bárbaro. La personalidad de Porfirio Díaz. 20 ediciones, segunda reimpresión, Editorial Porrúa.  “Sepan cuantos…”, p.p. 250-251

[2] Mares, Roberto. (2006). Porfirio Díaz. Los grandes mexicanos. Grupo Editorial Tomo, segunda edición. p.p.9