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RUBEN H. MOREIRA FLORES, LA MAGIA DE SER MAESTRO.

Hoy se cumple un aniversario más de la partida de un gran amigo, compañero y maestro, Rubén H. Moreira Flores. No lo quiero recordar con tristeza; quiero tenerlo presente en sus mejores momentos de vida. La razón estriba en que durante toda su estancia en este mundo supo amar intensamente a su querida esposa y a sus hijos; siempre optimista, veía con esperanza el futuro; poseía una sabiduría que le permitía ser el centro de atención en las reuniones por su don de gentes y su amena conversación; era además, una persona apreciada en cualquier lugar donde estuviera, por su generosidad y precisión para elaborar rimas e imponer sobrenombres, siempre gratificantes, que le eran agradecidos con una sonrisa. Valiente, fue defensor de la justicia, la libertad y la verdad en todo momento y circunstancia.

Supe de su generosidad y don de gentes en 1968 durante los juegos olímpicos, que, por cierto, la mayoría de las personas ignorábamos de sus detalles, pues carecíamos de televisor pero además, porque al Saltillo de aquel tiempo no llegaban fácilmente las señales de los canales nacionales. Era un domingo y un grupo de alumnos estábamos jugando en las canchas de la Escuela Normal cuando vimos al profesor Moreira en la azotea armando una antena enorme; subía y bajaba, seguro para verificar que la señal llegara al aparato receptor. Cuando por fin lo logró, se acercó a nosotros y nos invitó a la oficina de la dirección de la escuela para apreciar el portento que para nosotros significó ver los juegos olímpicos.  Ahí, con una sonrisa de satisfacción, nos dio a conocer los aspectos técnicos del maravilloso invento que fue el televisor y nos motivó a entender lo que con estupor veíamos.

Rubén H. Moreira Flores, cada vez que alguien lo nombraba, remarcaba la H, con sonoridad de satisfacción. Era un funcionario que no conocía límites para realizar su trabajo; sábados, domingos y periodos vacacionales realizaba su labor como subdirector. Celoso guardián de la institución vivía entre su hogar y la escuela, a la que también consideraba su casa, o más bien, su hogar. A pesar de que no estudió en la Escuela Normal de Coahuila, la sentía muy suya y en sus acciones y sus charlas lo demostraba. Sin ser un filósofo profesional, su profunda sabiduría se reflejaba en cada consejo que impartía y lo demostraba en cada una de sus réplicas y enfrentamientos con las autoridades cuando consideraba que sus decisiones eran injustas o violentaban los derechos de los trabajadores. Generoso, portaba en la bolsa de su pantalón una pequeña chequera con la que hacía préstamos a los trabajadores sin exigir recibos ni exigir fechas de pago, cuando alguien le aconsejaba no prestar pues sería un dinero que no le regresarían, él contestaba que lo sabía, pero así ayudaba a resolver un problema.

Maestro de brillante estirpe, financió una escuela secundaria nocturna para trabajadores en el edificio de la antigua primaria Venustiano Carranza. Ahí impartía clases de matemáticas sin cobrar, pero, además, pagaba de su propio bolsillo los materiales educativos que se requerían y una que otra compensación a algunos maestros. Sus clases en la Escuela Normal y en la Escuela Normal Superior constituían un prodigio de eficiencia. Frente a la rigurosidad de las matemáticas que era su especialidad, su clase resultaba muy agradable, pues imponía nombres graciosos a los tecnicismos de la materia y contaba anécdotas que necesariamente eran una lección no sólo de la ciencia en estudio, también de vida. La metodología que construyó era inusual, como un mago, conocedor a fondo de su ciencia, sorprendía a sus alumnos en cada nuevo proceso didáctico  que emprendía, pues los motivaba a la reflexión, la búsqueda  y el encuentro con los procesos y las respuestas construidas por sus estudiantes. Siempre les regaló una sonrisa de satisfacción sin ambages ni egolatrías.

Supo de los sistemas de cómputo, concebidos como la gran herramienta para facilitar la enseñanza de las matemáticas. Sin recursos económicos de apoyo, emprendió la tarea de construir la máquina que soñó. Dedicó días y noches en una titánica labor hasta que logró su propósito, y entonces, faltaba hacer que sus alumnos y compañeros maestros valoraran esa máquina como guía para facilitar el aprendizaje. Por ello, ha sido nombrado con justicia y verdad, el pionero de la computación en Coahuila.

Rubén enarboló como suyos los valores de verdad, justicia, belleza y libertad. En cada acto de su vida los aplicó como un imperativo de vida. Fue un gran hombre, un padre cercano y estimulante, un maestro original y mi gran amigo y maestro de vida. Esta breve reseña es un homenaje a Rubén H. Moreira Flores; al pronunciar su nombre, desde el espacio de su presencia en nuestro recuerdo y en nuestro corazón,  aún lo escucho repetir con una sonrisa de satisfacción: Rubén H. Moreira Flores.

Saltillo, Coahuila, 23 de septiembre de 2022