En París, en donde estaba el mercado de abastos, conocido como Les Halles, y que, al decir de los parisinos, era un lugar que ya olía muy mal, el presidente George Pompidou (que estuvo en el cargo de junio de 1969 a abril de 1974), decidió derrumbar todo aquello y construir un gran centro cultural.
El presidente inició el proyecto con dos arquitectos muy jóvenes, que ganaron el fallo con su proyecto. Uno era inglés y el otro, italiano. Y se comenzó la construcción, pero en el 74 murió Pompidou y la obra se detuvo; sin embargo, su viuda impulsó la obra y finalmente fue inaugurada en enero de 1977 (con Valéry Giscard d’Estaing en la Presidencia).
El nuevo Centro Nacional de Arte y Cultura George Pompidou (conocido por todo mundo como Beaubourg, pues ese es el nombre de la calle por donde está la entrada principal), erigido en el centro de París, tuvo un rechazo unánime por la modernidad de su estructura, que contrastaba mucho con su entorno, pues parece una fábrica de cinco pisos, con todos los conductos de agua, electricidad y aire visibles desde el exterior, así como sus escaleras eléctricas para subir a los diferentes pisos que contienen un gran museo de arte contemporáneo, una maravillosa biblioteca, un centro de idiomas donde, en aquella época se podían aprender más de 15 lenguas, una enorme colección de música (el público podía escuchar el disco que seleccionara, sentado cómodamente, con audífonos), y tenía otros servicios. Era (y supongo que sigue siendo) una maravilla y, para esos años, muy adelantado; y al ir conociéndolo, los franceses, los parisinos en particular, acabaron por aceptarlo y quererlo.
En ese Centro Beaubourg se presentó una Semana de la Cultura Mexicana en 1977. La delegación mexicana estaba compuesta por un gran grupo de intelectuales, artistas y escritores entre los que recuerdo a Juan Rulfo, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, Pilar Pellicer (la actriz con un espectáculo en el que recitaba poemas de su tío, el poeta Carlos Pellicer, con un trío de música de fondo). No me acuerdo si también iba Alí Chumacero y ya olvidé a muchos más que asistieron.
La Semana de Cultura Mexicana la organizó el Centro de Cultura de México en París, y se celebró en los auditorios de la planta baja del centro cultural.
Yo, como conocía a casi todos los que participaban, fui a los ensayos de sonido y de luces, y de pruebas con los traductores. A Pilar Pellicer (actriz que trabajó en «Nazarín», «Pedro Páramo», «La Choca», y muchas otras películas más, y quien, por cierto, acaba de morir hace unas semanas, en mayo pasado, a los 82 años), hermana de Pina Pellicer, que hacía poco había fallecido, me la presentó ahí, en los ensayos, su hermano, quien trabajaba con nosotros en la división económica de la embajada, y a quien le compré un bochito verde destartalado que me fue de mucha utilidad allá en París.
En uno de los ensayos, le pidieron a Juan Rulfo que subiera al escenario para probar el sonido, pero Rulfo se negó a subir y ahí decidió no participar. Todos lo tomaron a broma y empezaron a intentar subirlo a la fuerza, pero Rulfo se zafaba y corría por los pasillos del auditorio. Yo estaba impactado de ver al gran, al mítico Juan Rulfo, correr para no subir al ensayo y a todas aquellas personalidades corriendo detrás de él. Finalmente, todos se dieron por vencidos y, hasta donde recuerdo, no participó.
Después de ese incidente nos fuimos a comer Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco y yo, y luego de varios comentarios sobre la actuación de Rulfo, nos concentramos en el escándalo que dominaba en París, y que fue noticia en todo el mundo: el caso del japonés que mató a su novia holandesa, ahí en la capital francesa, y se la comió (bueno, comió partes de ella) y luego, en valijas, llevó los restos (o sea, las sobras) y los dejó en un una plaza, donde mucha gente lo vio, de tal manera que muy pronto fue atrapado. El comentario de Monsiváis fue: «Eso sí es amor carnal».
La Semana de México en París tuvo mucho éxito, sobre todo porque en esa época estábamos registrados más de 1500 mexicanos viviendo en esa hermosa ciudad.