Opinión

Terremoto, escombros, muerte y psicosis


carlos_rdzf@hotmail.com

Con la alegría que da el disfrutar el privilegio de ser maestro, de echo, era apenas el décimo noveno día de haber ingresado al sistema educativo nacional , cuanta dicha!  iniciaba aquel día jueves 19 de septiembre de 1985.Despertar y encarar al destino con una sonrisa allá en el Distrito Federal, hoy Ciudad de México e ir a un curso de inducción donde aprender era un deleite. La vida me regalaba un día más, habría que disfrutarlo y, qué mejor que hacerlo construyendo firmes cimientos para la profesión elegida y disfrutar de aquella cosmopolita capital de la República.

Abordaba el  camión Santa Clara a las 6,40 am, en Ecatepec, el cual, me trasladaría a la estación del metro Indios Verdes.
A las 6,55 aproximadamente, abordaba el metro  con dirección a Atizapán de Zaragoza, donde era el curso.Los vagones del metro iban repletos, se estremecían por la velocidad alcanzada. En otra estación, cedí el asiento a una dama. Era un día maravilloso.

Pero el destino, dice Bucay, juega su parte…

El reloj en el metro marcaba las 7,19 horas de aquel jueves que estaba siendo desde que desperté, fascinante.
Los vagones se estremecieron fuertemente, todos perdíamos el equilibrio, las alarmas sonaron a su máxima expresión, su ruido ensordecedor se combinaba con gritos de auxilio : está temblando!!!! con el llanto abierto de los pasajeros, con los rezos, con los ruidos de las ambulancias, de las patrullas, de los bomberos…

Era urgente alejarse  del metro,  salimos trastabillando, me agarré fuertemente de unos barrotes, una mujer se agarró de mi cintura, era difícil mantener el equilibrio, muchos cayeron al suelo, otros se arrodillaron pidiendo clemencia, orando. Parecía una furia del suelo tirando «chirrionazos», se retorcía el suelo de forma increíble, parecía que  hacía olas. Daba la impresión de que se abriría el suelo y se tragaría todo a su paso…

Del techo del edificio de la estación en que estábamos comenzó a caer tierra, pedazos de escombro, rápido salimos a la calle.Fue impresionante el panorama, aterrador. Edificios derrumbados, escombros , techos arriba de autos, incendios, el ruido por todas partes de cilindros de gas que explotaban. Veías los ojos de la gente, con la mirada perdida, era como una pesadilla, esa tragedia no podía ser realidad, no podía haber cientos o miles de personas debajo de esos edificios derrumbados, no, no podía ser real!! seguramente se trataba de un sueño, había que despertar ya de esa pesadilla!!
Las voces de los soldados ( siempre héroes, tan poco reconocidos y valorados) dando órdenes, orientando, nos decía, que no era un sueño, era una realidad,  se trataba del jueves mas catastrófico en la historia de Mexico.

Fueron los 120 segundos más crueles y dramáticos   para miles de personas. La naturaleza se ensañó con los capitalinos.
Bastaron 2 minutos para derrumbar casas, edificios, escuelas, centros comerciales. Bastaron 2 minutos para que murieran cerca de 40,000 personas. Bastaron 2 minutos para dejar grietas en las emociones de millones de ciudadanos, para generar terror, miedo, psicosis… Emociones que en muchas personas persisten hasta hoy en día.

Fueron 8.1 grados de ese sismo mortal, de ese inolvidable jueves, 19 de septiembre, de 1985 , a las 7,19 am.
Entrar a las casas después del sismo, era solo para extremadamente valientes. La psicosis no lo permitía, era aterrador imaginar que volviera a temblar y morir entre escombros.

El cansancio obligaba a dormir. Muchos sacaron camas a las calles. Otros dormíamos vestidos y con zapatos, listos para salir corriendo. Cualquier ruido, era sinónimo de alerta. La tranquilidad dejó de existir en la gran capital.
Muchos abandonaron la ciudad, dejando trabajos, hogares, escuelas…

Una compañera de la generación de oro, que vivió en carne propia ese sismo, Carolina del Carmen R, dijo: “ viajaba en el metro, de repente, se fue la luz. El metro se detuvo, quise salir corriendo, pero un señor me tomo’ del brazo. Fue horrible! Vi el hospital general y otros edificios caídos . Me puse a llorar, no sabía qué hacer…”.

También de la generación dorada, Rosa Martha V. : “ Doris S. y yo, almorzábamos, nos sentimos mareadas sin comprender qué pasaba. Se movió la lámpara, hubo ruido de trastes. Después nos enteramos que se había tratado de un temblor, supimos de edificios caídos, de miles de muertos. Dos días después, decidimos abandonar la ciudad dé México y retornar a Saltillo.

Fue terrible para nuestras madres, padres, familiares, no había manera de comunicarse, no podían saber si sus hijos estaban vivos o estaban entre los escombros. Imposible olvidar ese jueves, esa fecha, esa hora, esos dos minutos, aquel movimiento de la tierra, esos gritos, esos llantos, la imagen de aquella gente de rodillas, aquellos edificios tirados en el suelo, aquellas miradas perdidas de la gente a mi lado, aquella psicosis contextual, aquellos seres metiéndose por pequeños agujeros entre los escombros buscando a personas con vida, imposible olvidar, imposible…

Dios quiso que viviera para cuidar y amar mucho mucho a mis hijas y a mi madre.
El destino me dejó vivir para amar y para escribir con mi puño y letra esta trágica historia . Fue imposible no derramar tres pares de lagrimas al repasar en mi mente y en mi corazón esta historia guardada por tantos años.
Brindo un homenaje desde aquí, desde lo más hondo de mi corazón, a esos seres que murieron en el terremoto del 19 de septiembre de 1985…