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Trabajar con Juan José Arreola

Después de mi regreso de París trabajé un tiempo en la compañía minera Real del Monte y Pachuca, y luego tuve el gusto y el privilegio de trabajar en un programa de televisión con Juan José Arreola, dirigido por Mauricio Peredo. Mauricio fue quien me invitó a colaborar en el programa, que se llamaba «Aproximaciones», el cual tenía una duración de dos horas, estaba producido por la Unidad de Televisión Educativa y Cultural (UTEC), dependiente de la Subsecretaría de Cultura de la Secretaría de Educación Federal, y pasaba cada domingo por el canal 11.

Los estudios estaban allá por el antiguo congreso y era un verdadero reto llegar a tiempo. En el programa colaboraba la crítica de arte Raquel Tibol, y para su sección ella misma invitaba al pintor o escultor seleccionado y sólo nos enterábamos de quién era hasta que llegaban para grabar. Estaba también Héctor Azar, quien dominaba el teatro en México en esas épocas, y además tenía una escuela de teatro en Coyoacán, en donde también grabamos muchas veces. Él era el director de escena.

Mi hermano, Jesús Enrique, trabajaba también en UTEC en esos años, pero él coordinaba un programa diferente, la «Revista Semanal Los Libros Tienen la Palabra», sobre literatura, de media hora, que también pasaba los domingos por el canal 11, sin embargo, a veces también ayudaba en algunas cosas en «Aproximaciones» y me sugería y recomendaba escritores para las entrevistas, pues yo era el coordinador de invitados para el programa de Arreola.

Pero, claro, en «Aproximaciones» la estrella y la imagen del programa era Juan José Arreola. Cuando nos quedaba corto el programa, porque no había llegado alguno de los invitados, se le informaba a Arreola y él improvisaba un monólogo sobre cualquier tema para cubrir el número de minutos que nos faltaban para las dos horas requeridas.

Un día, se decidió que el tema general de la siguiente emisión sería los 35 años de la llegada de Arreola a México, y había que invitar a las personalidades que él fue conociendo en cada año desde su arribo. Otro día, Arreola dijo que quería grabar el programa frente a Bellas Artes. Lo dijo el viernes en la tarde y la grabación estaba proyectada para el lunes a las 8 de la mañana. A esa hora, iniciado prácticamente el fin de semana, todo el equipo de producción se movilizó para obtener los permisos del Distrito Federal, de Tránsito (que tenía que arreglar los desvíos de rutas), permisos para sacar las cámaras y demás equipos, los camiones, coordinar a los choferes, conseguir los vales de gasolina, los viáticos, etc.

El lunes a las 7:30 a.m. pasamos por Arreola a su casa, en la colonia Cuauhtémoc, cerca del Sanborn’s del Ángel. Había que pasar en un carro grande pues no se subía en uno pequeño. Llegamos a Bellas Artes y ahí estaba todo el despliegue de técnicos, luces, microfonistas, grúas, policías, tránsitos para desviar la circulación, y Mauricio Peredo viendo con los camarógrafos los mejores lugares para grabar.

De pronto, Arreola me llamó aparte y me dijo, «Guerra, no puedo grabar hoy». Sentí que se me caía el pelo al escucharlo. «¿Por qué, maestro?», le pregunté, y me contestó que por ahí, muy cerca, había vivido una sirvienta de la cual él se había enamorado de joven y ella nunca le hizo caso a sus requerimientos. Y que ese recuerdo lo había deprimido, que ya se iba a su casa. Se dio la vuelta, caminó unos pasos, detuvo un taxi y se fue.

Otro día, me dio una lista de los invitados que quería para las grabaciones, pero no comentamos el orden para que se presentaran en esa semana así que los invité tomando en cuenta las agendas de los invitados. En una de las grabaciones estaba Hugo Argüelles, a quien yo conocía desde hacía muchos años, y estaba también Luis G. Basurto, un dramaturgo de mucho éxito también. Cuando Arreola supo que estaban esos dos invitados, listos para grabar, puso el grito en el cielo y me dijo: «Yo no platicaré a cámara con esos escritores. Tienen tendencias sexuales raras y el público puede confundirme con ellos».

Yo le contesté: «Mire, maestro, no podemos ser groseros y desinvitarlos. ¿Qué le parece si platica con ellos y luego, a la hora de editar, los eliminamos de la versión final?» Le pareció muy buena la idea. Como yo los conocía muy bien y tenía mucha confianza con ellos, les comuniqué el problema, y ellos me respondieron que no me preocupara.

Hugo fue el primero en grabar, y casi sin dejar hablar a Arreola, le dijo: «Juan José, acepté venir porque te debo toda mi obra. Tú fuiste mi inspiración, y gracias a ti soy un dramaturgo galardonado, pero esos reconocimientos en realidad deben de ser para ti.» En estos momentos, Arreola estaba por los cielos, volando henchido e hinchado de gozo y orgullo. Luego pasó Luis G. Basurto, quien había presenciado, fuera de cámara, la entrevista con Argüelles, e hizo algo similar. Al terminar de grabar, Arreola me llamó y me pidió que se quedaran las dos entrevistas.

En otro momento, desde el lunes que debíamos comenzar a grabar, Arreola se negaba porque estaba deprimido, o porque se sentía enfermo, y llegábamos al viernes sin un solo minuto grabado. Angustiado, Mauricio se lo comentaba al maestro Arreola, y entonces, en la tarde del viernes, se grababan puros monólogos breves y medianos de Arreola, de los más diversos temas, sin ningún invitado. Y se grababan las dos horas. El problema, entonces, era para Mauricio y el equipo de edición, que, sin parar desde el viernes en la noche y hasta el domingo a las dos de la tarde, tenían que vestir los monólogos con fragmentos de películas y de noticieros, con fotografías, portadas de libros, imágenes de archivo, etc., además de musicalizar, y lograr que quedara un programa decente y visible.

A las dos de la tarde del domingo, como límite extremo, se tenía que llevar el programa al canal 11 para su exhibición.

Siempre sucedía algo inesperado. Ese trabajo fue agotador pero muy interesante y sumamente divertido.