Cultura

Un café con ron de caña

Lo más difícil para una persona es conocer el día de su muerte, en el caso de los personajes no es la excepción. Se necesitan agallas y cierta dosis de creatividad. Juan Rulfo lo hizo con su cuento DILES QUE NO ME MATEN y Gabriel García Márquez con su obra CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA. Es un libro complicado de leer, en cada página hay escenas que son un viaje al pasado de Santiago Nasar, todas suponen el asesinato.

UN CAFÉ CON RON DE CAÑA

Santiago Nasar era de sangre árabe, un tipo alegre y cínico. Pertenecía a una familia de clase acomodada. Ese día todos sabían que lo iban a matar y en cada instante se respiraba una intensa incertidumbre. Al salir de casa un pájaro le cagaba la cara, anunciando un presagio. Eran tiempos complicados y ser árabe en Colombia era algo extraño. El pueblo era ruidoso, las fiestas, el chisme y la borrachera una costumbre.

EL IRREALISMO DEL ESCRITOR

En las mañanas tomaba su café con un chorro de alcohol de caña. Eso le daba valor. Nunca imaginaba que sus acciones pecaminosas fueran causa de muerte. Una muchachita humilde llamada Ángela Vicario, tuvo un noviazgo fugaz y contrajo nupcias con Bayardo San Román, hijo de un militar asesino que portaba todas las medallas como nuestro Porfirio Díaz. Antes de la boda, el joven había comprado una casa en la colina del pueblo. Desde ahí se contemplaban los horizontes de Cartagena. No obstante, al día siguiente de la boda regresaron a la muchacha a su casa porque no era virgen. En ese tiempo la felicidad se compraba, la mujer era relegada al hogar y educada para sufrir. Aguantaban infidelidades y la dignidad pisoteada por el machismo que prevalecía en aquella época.

UNA ESCENA EN LA VENTANA

El bramido del buque de vapor despertaba al pueblo. Los hermanos Vicario afilaban sus cuchillos para matar a Santiago Nasar. Los incrédulos pensaban que se trataba de una broma, lo cierto era que lo iban a matar por robarle la virginidad a una jovencita. No tenía otra opción, esconderse o enfrentarlos. Murió desangrándose, ni siquiera tuvo tiempo de suplicar. La historia fue narrada por recuerdos y testimonios. Justamente 23 años después el escritor observaba por la ventana a una mujer que estaba bordando, se acercaba y veía que aquella mujer con canas era la mismísima Ángela Vicario. Al intentar entablar una conversación, ella se mostraba indispuesta.

“Halcón que se atreve con garza guerrera, peligros espera”. -Del libro Crónica de una muerte anunciada