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Un joven soñando en París

Había un jovencito que desobedeció a sus padres y viajo a la ciudad de sus sueños para convertirse en el mejor escritor como Hemingway.

Entraba a la cafetería para no tener frío, cargaba sus lentes de intelectual, una libreta gris y su pluma, en sus adentros soñaba con encontrarse con una simpática mujer que le diera inspiración, sin embargo, terminaba fumando para sentirse Jean Paul Sartre.

Estando en el café escuchaba conversaciones de las personas mayores, anotaba sus ideas en servilletas, en sus adentros suponía que su estancia en la tierra de Baudelaire serviría para consolidar su vocación artística.

A esa edad la fama era la mayor utopía, no le quedaba opción más que pedir un café y hojear el periódico “Le Monde”. Esa noche, al salir de la cafetería empezó a llover, lo que complicaba caminar hasta su casa, una vez que ceso el aguacero, sus ideas se tranquilizaron y recordaba las palabras de su padre – “Hijo regresa a casa” -, pero en su cabeza vivían las palabras de Hölderlin, Mallarme y Nietzsche.

El jovencito decidió vivir sin aburrimientos, visitaba la 74 Rue du Cardinal Lemoine, ya que ahí vivió Hemingway a principios de 1920, esas aventuras traían poesía a sus instantes. Su maestro le había enseñado el coraje para no rendirse ante nada.

Su estancia en la ciudad de la Torre Eiffel era alegre, lo peor es que no estaba consciente de ello y como el tiempo no se regresa, simplemente esa experiencia quedo en su memoria.

Olfateaba los libros, buscaba ideas para aliviar sus horas de desesperación, incluso hasta reescribía lo viejo como imitando a Borges, leía a Walser para recuperar ese rayo creador. Anhelaba la vida que tiene los intelectuales de la burguesía. En esos días estaba en una cafetería solitaria y mal iluminada, creo que era el café Bonaparte, el punto era que leía la muerte del dictador español Franco.

En esa edad los chicos tienen carencias económicas, no obstante, París era una ciudad hospitalaria y se divertía en la bohemia con artistas y amigos, pero también sus días eran de estar encerrado leyendo una biografía, sin embargo, el seguía escribiendo en bares y cafeterías, lo malo era que cuando regresaba a casa se le olvidaban sus escritos en el taxi o en cualquier plaza.

Su fortaleza era el Carpe diem. “Vi la eternidad el otro día”, por fin pudo terminar de escribir su primer libro, argumentaba que sintió un gran vacío, entendió que había que vivir sus historias tal y como las pretendía contar.