CulturaLado B

Un libro raro sin portada

Stefan Zweig buscaba sorprender con sus historias a los lectores, se puede suponer que era de esos escritores que buscaba historias en archivos y en libros de viejo. Hace tiempo leía una extraña crónica situada en la época de Buda y en un lugar de Birvag, donde un soberano llamado Rajputa, jefe de los guerreros y de Virata “El rayo de la espada”. Que era querido por niños y respetado por todos. Siempre atento a los desafíos.

Los peligros y amenazas siempre existían. Un cuñado del rey pretendía apoderarse del reino y ofrecía regalos a sacerdotes y guerreros. El día de la guerra el rey llamaba a sus fieles y solamente Virata respondía. Increíble, dicho héroe solicitaba el apoyo de sus hijos, familiares y esclavos. Con ellos marchaba contra los insurrectos. Al encontrar su escondite, observaba que eran demasiados y trazaba una nueva estrategia para derrocarlos. Esperaba que durmieran. Con lumbre empezaba a asustar a los elefantes, que corrían y aplastaban a los durmientes. Luego de ese ataque, llegaba el segundo y destinado a los sobrevivientes. Aquella noche aniquilaron a los traidores. Al amanecer Virata reconoció el rostro de su hermano muerto, que había acudido al llamado de los enemigos. Ese día al regresar durante el camino tiraba su espada y juraba nunca más asesinar.

El rey lo recibe como el héroe y le da la espada de oro, pero no aceptaba aquella ofrenda. Pide que lo cambien de puesto y lo nombraban juez de justicia. Cada sentencia que daba la realizaba con actitud apacible y fresca. Buscaba imparcialidad. Un día un malhechor acusado de asesinato lo confrontaba y le comentaba que solamente DIOS CREADOR podía juzgar. Le dieron un año de cárcel. Esa noche no podía conciliar el sueño y decide acudir a la prisión. Estando allá hace un trato con el reo y se quedaba en su lugar a pasar inclemencia para ver si la sentencia era justa. Pasaba un mes y empezaba a extrañar a su esposa e hijos. Luego de sentir los latigazos pensaba que el castigo era injusto. Virata nunca fue reconocido porque se había cortado la barba y su cabello.

Tiempo después el rey descubre todo y es liberado. Virata le solicita la libertad de vivir en su casa. El rey siempre daba respuestas positivas a sus peticiones. En su hogar, leía libros de sabiduría y la gente había olvidado su antiguo apodo “el rayo de la espada”. Pasaron seis años y todo marchaba en paz, pero un día al entrar a su casa veía que uno de sus hijos golpeaba con el látigo a uno de sus esclavos. Se confrontan y el hijo enojado decide dejar en libertad al esclavo. Eso quedaba en su conciencia y recordaba que obraba como juez y daba sentencia al destino de un hombre.

Huye al bosque y edifica una cabaña frente al río, se amurallaba con madera para protegerse de los ataques de animales salvajes. Aquel lugar apartado y con serenidad, era placentero y solamente los pájaros cantaban en su compañía. Una vez llegaba un chango que estaba fracturado de su pata y le ayudaba. Luego el animal nunca más se fue de aquel sitio. Pasaron años y nunca más un humano lo volvió a ver. Un cazador que andaba por ese lugar lo observaba sentado en una silla afuera de la cabaña, era un anciano con barba blanca. Los pájaros jugaban sobre su largo cabello y el mono estaba en sus pies. Aquel hombre pensaba que era un santo, amado por los animales.

Al regresar al pueblo difundía la noticia. El rey deducía que era Virata y acude a ese sitio. Al verse se abrazaban y admiraba ese ejemplo de justicia. El ermitaño héroe le comentaba que se alejaba de los hombres para no sentir culpa. Su mirada expresaba paz y ahora era apodado la estrella de la soledad. Al regresar a la ciudad todas las personas lo veían con amor. Solamente una mujer lo veía con ojos de odio. Eso lo mantuvo intranquilo. Acude a dialogar con ella y le dice que su esposo la había abandonado por su culpa al tratar de imitar su ejemplo y sus hijos habían muerto de hambre. Desconcertado no pensaba que pudiera hacer daño por vivir en la soledad. Le pide perdón. Luego decide dialogar con el rey sobre la importancia de la libertad. Después de haber sido un héroe, irónicamente el rey lo nombraba el guardián de los perros del palacio. Era el perrero y eso lo hacía feliz. Con el tiempo fue olvidado. Murió el rey y llegaba otro rey que no lo reconocía. Murió en el anonimato aquel virtuoso hombre. Ninguna crónica de los libros lo recordaba.