EstatalLado B

Un rato en silencio, por Miguel Ángel Gómez

Los títulos de cada una de las partes –“Amor, dolor y poesía”. “Tierra, polvo y luz”, “Pensamiento y palabra”- son versos auténticos que poder enfocar desde diferentes ángulos. ¿De qué nos habla? De la verdad que nos hiere y nos llena de confusión, de recuerdos a gran escala, del sueño eterno que viven los amantes que mantienen una actitud digna. Los poemas -o fragmentos algunos como armonías de violín- están formados por piezas que parecen cubiertas de fotografías: “Nos pasamos los días esquivándolo”, comienza uno de ellos. Y sigue con “Tarde o temprano, / el carrusel de la existencia acaba atropellándonos”. Esta poesía es un edificio alto donde permanecer un rato en silencio.

Se alternan poemas breves con madurez de propósito y sin rasgos de espontaneidad con otros largos con una intensidad perseverante. Es este último caso el de “Paseando con Juliette Binoche sobre el Pont Neuf”: “El cielo ardiente de París abriga / las fastuosas y alentadoras quimeras / que, con su irisada y cauta luz, iluminan / los sueños de los jóvenes amantes”, para concluir: “¡Ah, viejo París! Siempre renovando la ilusión perdida de los amantes / y el encanto maldito de los poetas”.

En los poemas de Juan Francisco Quevedo hay aforismos que no están caldeados por profundas banalidades: “La playa es un tejido de partículas”, “La verja hacia el olvido espera abierta”, “Dulce y salada lágrima emergente que lenta surcas una faz querida”, “Nunca fui un dandy literario, ni un literato dandy”, “El amor. Ese insólito lugar donde reside la pura verdad”.