Cultura

Un trayecto de luminosidad, por Miguel Ángel Gómez

Tampoco podría faltar el laberinto. La mitología aquí no ocupa un lugar árido: “No soy Teseo, / no eres Ariadna / y ni Príamo y Tisbe tras la grieta somos”. En otro poema, “Álgebra”, nos trae al mejor Yehuda Amijai, quien decía: Recuerdo un problema en un libro de matemáticas / sobre un tren que sale de un lugar A y otro tren / que sale de un lugar B. ¿Dónde se encontrarán? / Nadie preguntaba nunca qué ocurriría entonces: / ¿se detendrían, se cruzarían, chocarían? / Ningún problema hablaba de un hombre que sale de A / y una mujer que sale de B. ¿Dónde se encontrarán, / se encontrarán realmente, y durante cuánto tiempo? / Como en aquel libro de matemáticas: por fin he llegado / a las páginas finales que incluyen las respuestas”.

Taravillo afirma: “De niño no sabía en la pizarra, / descifrar el problema, resolver / esta ecuación que soluciono ahora, / con la tiza de ayer, ya se despeja / esta incógnita hoy: cerrando el círculo, / en el espejo trazo un vasto cero”. Sus versos suscitan sabiduría y viaje. Sabiduría por buscar lo que está o estuvo vivo (el autor conoce bien la pureza y claridad de las palabras de Emilio Prados o Luis Cernuda); viaje, pues la literatura es un trayecto de luminosidad.

Tras leer Svarabhakti nos inclinamos a pensar que la vida literaria es pasar como se pasa por la ciudad, dejando huellas entre las ruinas, la gente o la tradición. La poesía para el autor melillense es una ventana por la que se ve el mundo, refinado y perverso, real y confuso. No se le seca la fuente que le proporciona imágenes; una lápida le sugiere líneas que no están traídas por los pelos: “Un cuajarón de sangre en la vereda (de este ajedrez de muerte inabarcable, / el prisma de un coágulo tendido / o volcánica piedra que recuerda / erupciones antiguas”; Hoy y Ayer le hacen huir del que no es para no tener obligaciones y ser libre. Pero Antonio Rivero Taravillo también es heredero de Wyatt, Daniel Drayton o Shakespeare: “Proscrito de la vida y de la muerte, / no escribo, que tan solo capitulo / tratados de derrotas lastimeras”.

Los poemas que yo prefiero son los que nos hablan aquí de un tiovivo y de momentos deliciosos; poemas admirables sobre dioses y juventud con un mensaje de despedida; el mejor de todos ellos, “Recuerdo presente”, nos describe de pronto al niño que visita a sus tías abuelas y araña el barniz de la mecedora, la misma que en el futuro no se balanceará ni será fulgor de joya: “Hoy, cuando aquella mecedora ya no se balancea, y ni siquiera existirá, no sé por qué siento las pequeñas cicatrices en el brazo de aquel mueble (…) y noto aquella pasta aún, huella que delata el pequeño crimen, bajo mi uña limpia”. Antonio Rivero Taravillo nos ofrece versos tras caminar con dos pares de zapatos gastados por la mejor literatura. Infancia y tesoro. Inteligencia y precisión.