Cultura

“Una anécdota de Rulfo”, por Miguel Ángel Gómez

Los poemas de Svarabhakti (Maclein y Parker) parten de la vida (“Vida y poesía”, “Tarjeta de embarque”, “Velá”, “Esferas”) y, otros, de piedras que ensambla el poeta como un arquitecto, inquieto e impaciente, sin caer en la trivialidad de largos guantes blancos (“Las piezas de madera de colores / con las que armaba un mundo / de calles y edificios / en que vivía / el yo que salía de mí / cuando jugaba, / lección futura, / estaban siempre a punto de caerse. / Ahora, otras piezas ensamblo, las que entregas al recordar tu infancia”).

La poesía de Antonio Rivero Taravillo nos deslumbra por su lucidez y su erudición con las que trata de conquistar con éxito lo inconquistable. Como buen borgeano es un creador, y aplica su fuerza inventiva para no llegar a un tratado ni a una reflexión teórica sino al centro mismo de la emoción que resucita una parte de la personalidad del poeta: “Pensar / que tú piensas en mí: / caballo de madera abandonado ante mi puerta”.

Rivero Taravillo no solo es poeta sino también ensayista, traductor y novelista. En el comienzo del libro, cuyo título es una palabra de origen sánscrito que designa la inserción de una vocal entre dos consonantes contiguas para hacer más simple su pronunciación, ya nos advierte: “Sé cómo hacer un poema / sobre lo que me pasa. / Lo que no sé es cambiar lo que me pasa / para que el poema sea distinto”. Busca que los días tengan su acento tras una cerradura que se pueda abrir.

Hay poemas espléndidos. Menciono algunos de ellos: “Poeta”, sobre la voz plagada de referentes de una forma natural (“En uno hablan todos los poetas”); “Tempus tacendi”, en el que se colocan con especial cuidado los silencios (“En las cuerdas vocales, ese ring, / la lona, los asaltos, la victoria”); “Intrasferible”, donde el poeta no es un rey sino un súbdito que lleva un cetro de una voz desconocida silbando en el viento (“El poema es mi patria intransferible”).

Es brillante su poesía cuando se carga de culturalismo y se aleja del apunte que no es dueño de su propio destino. Ejemplo de ello es el poema “Una anécdota de Rulfo” donde el poeta llega muy lejos: “He leído que Juan Rulfo / tuvo que empeñar su cámara / para revelar sus fotos, / algo así como matar al padre / para salvar a los hijos, / aunque luego lo resucitara / cuando tenía unos pesos”. Su estilo lo marcan las penurias del ser humano, el mal y el bien.