Cultura

Una librería inglesa, por Javier José Rdz. Vallejo

Era el amanecer y cantaba el gallo, el día tenía un color amarillo y una fresca atmosfera. Me preparaba un café y desayunaba. El otoño dibujaba un día de libros. Recuerdo que no quise escuchar las mañaneras, ya que me ponen de mal humor. Vivimos tiempos difíciles y tenemos a presidente necio. Voy a omitir mis juicios al primer mandatario y que sea la historia la que emita un justo veredicto al narcisismo político. Pasemos a otros temas.

Suspiraba y escuchaba una sonata con piano y violín de Mozart. Los días de pandemia son difíciles y trataba de mantenerme ocupado. Había tenido una semana complicada y batallaba para dedicarle tiempo a la lectura, hábito que me hace feliz. La música me hacía suspirar y me ponía a leer las cartas entre una escritora neoyorquina con un librero inglés. La correspondencia entre Helene Hanff y Frank Doel me hizo pasar un momento nostálgico. Estuve a punto de llorar cuando terminé de leer la historia.

Una historia forjada en libros

Querido lector, podrás imaginarte una historia de amor, pero es más que eso. Es un relato que dignifica el valor que tiene la amistad y la distancia. Podemos pensar que una carta no tiene relevancia, pero cuando la epístola se escribe desde el corazón deja reflexiones. 5 de octubre 1949, fue la primera carta. Nuestra protagonista era una escritora que escribía guiones para televisión y amaba los libros viejos. Vestía tan elegante como una vagabunda de Broadway. Pensaba que las librerías neoyorquinas tenían libros sucios. Un día encontraba una nota en el periódico, leía que una librería londinense enviaba libros a bajo costo.

Cada moraleja era el alimento del alma

Disfrutaba leer libros usados porque encontraba anotaciones o garabatos de sus antiguos dueños. Era algo que conservaba el calor humano. Su librero Frank Doel, era una persona atenta y siempre le separaba libros pequeños. Además, viajaba a diversos lugares y mansiones para comprar bibliotecas.

“Nunca preguntes por quién doblan las campanas”

Los libros huelen a polvo y vejez. Cada página es una aventura. Su librero era una persona de aproximadamente 40 años y estaba casado en segundas nupcias. Tenía dos hijas. Además de libros, la charla giraba en confesiones y promesas. Helene añoraba conocer Londres, se imaginaba cruzar el Atlántico y visitar sus librerías. Era generosa con el librero y con todo el personal de la librería. Les enviaba latas de carne y huevo en polvo. Esos detalles la volvían una persona admirable. La sinceridad de ambos era maravillosa y tan libre como una mariposa. Ella se interesaba en cosas vivenciales y difícilmente compraba un libro sin antes haberlo leído los que tenía.

La herrumbre filosófica

Platón comentaba que el aprendizaje tenía que ponerse en práctica. Si labrabas la tierra tenías que sembrar algo. Un libro es un mejor amigo y la vida es un regalo. La muerte es un salario que pagamos, Catulo comentaba que solamente el sol puede morir y nacer. Una mujer elije mil veces a un arqueólogo que al poeta. Helene eligió la amistad de un librero. Era apasionante su amor hacia los libros y sus cartas tenían sentimientos que florecían en el alma.

84 de Charing Cross Road

En sus últimas cartas le confesaba su amor por los Beatles, que su hija Sheila se había convertido en maestra y daba clases, además le enviaba dos libros de Virginia Woolf y los Cuentos de Canterbury. 16 de octubre 1969. Sus cartas era un precioso tesoro. Frank murió de peritonitis, se lo confesaba la nueva secretaria de la librería y luego su viuda. Le decía que hubiera querido que se conocieran porque su marido disfrutaba leer sus cartas. 84 de Charing Cross Road, es un libro que recopilaba todas las cartas que intercambiaba la escritora con su librero. Es una edición de ANAGRAMA, traducida por Javier Calzada e impresa en España en el año 2019. historiador82@yahoo.com

“Nadie es una isla por completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de un continente, una parte de la Tierra” —John Donne