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Viaje inolvidable

A mediados de 1982, me fueron a visitar a París mi mamá (QEPD) y mi hermana Alicia. Iban por unos 20 días y había que aprovecharlos para que conocieran bastante de Europa en tan poco tiempo. En París las llevé a conocer algunos lugares y, por fortuna, mi gran amigo Gustavo Roldán, con quien compartía el departamento, me hizo el favor de llevarlas a los demás sitios turísticos pues yo tuve que trabajar esos días para poder ir con ellas a Italia. Así, conmigo o con Gustavo conocieron la torre Eiffel, la tumba de Napoleón, la plaza de la Bastilla, el Arco del Triunfo, la Ópera, el barrio del Marais, las casas de Richelieu y de Víctor Hugo, el Louvre, el museo de la Orangerie, el metro, algunos cafés famosos, tiendas importantes, bastante exhaustivos los paseos, pero ellas estaban maravilladas de lo que iban conociendo.

Luego viajamos a la maravillosa Italia. Nos fuimos puebleando. Llegamos a Pisa a ver la famosa Piazza dei Miracoli (la Plaza de los Milagros) en donde está la torre inclinada, la catedral y el baptisterio. De ahí nos fuimos a Roma, a que conocieran algunos de los lugares maravillosos que tiene y, por supuesto, el Vaticano, su imponente plaza, la basílica, la Capilla Sixtina, la “Piedad” de Miguel Ángel, y en Roma la basílica de San Pietro in Vincoli donde está el “Moisés”, también de Miguel Ángel, y las fuentes de la ciudad…

De Roma nos fuimos a Venecia, y ahí tuvimos la suerte de que la noche del día de nuestra llegada se presentaría, en la Plaza de San Marcos, el Ballet de Maurice Béjar, con varias obras, entre ellas el «Bolero» de Ravel con Jorge Donn, bailarín argentino considerado uno de los grandes del siglo XX. Este bolero ya había causado sensación en París y en toda Europa. Esa noche logramos tener lugares (es decir sillas) cercanas al escenario, que era redondo y estaba elevado del suelo como medio metro.

Un poco antes, al ir llegando a San Marcos, pudimos ver que, por el Gran Canal, iban jalando desde varias barcas un escenario flotante sobre el cual iban bailando los miembros del elenco de ese maravilloso ballet. Apuramos el paso para adelantarnos al gran escenario flotante y llegar a ocupar nuestras sillas en San Marcos. Por fin, se hizo un oscuro total en toda la plaza y comenzaron los acordes del bolero. Poco a poco fue iluminándose el escenario y ahí estaba Jorge Donn, quien con un gran esfuerzo físico y con una extraordinaria coreografía de Béjar fue desarrollando la primera parte del programa.

Maravillados por aquel espectáculo, no nos dimos cuenta de cómo fue subiendo el agua en todo el piso de la plaza, hasta que sentimos el humedecimiento de nuestros zapatos y pies. Al terminar la impresionante función todos aplaudíamos como locos, pero de inmediato nos pidieron que fuéramos desalojando la plaza, caminando sobre las sillas o sobre los tablones que ya estaban colocando. Si ya el espectáculo en sí, y más en ese espacio, era inolvidable, la huida con el agua en los tobillos, junto a mi mamá y a mi hermana, terminó de encadenarlo a mi memoria.

De Venecia salimos rumbo a Firenze, o Florencia, en español. Ahí también fue agotador el recorrido. Fuimos a admirar el “David”, de Miguel Ángel, y varias esculturas más en ese recinto, llamado La Academia. Esa noche fuimos a cenar a un restaurante en la gran Plaza, llena de esculturas maravillosas. Al terminar de cenar, mi mamá se dio cuenta de que le habían robado su bolso, en el que estaban su pasaporte, sus anteojos, y muchos encargos que le habían hecho toda la familia y amistades de Saltillo. Ese hurto nos permitió conocer, también, la burocracia italiana, complicada por el idioma, pero finalmente obtuvimos la constancia de robo para poder ir a un consulado mexicano. Hablé a París desde el hotel y me informaron en la oficina que el consulado más cercano estaba en Milán. Así que fuimos a Milán.

En las oficinas del consulado me identifiqué y la cónsul, una gran mujer, nos recibió y ayudó a agilizar la reposición del pasaporte, después de una breve indagación en la cual yo identifique a la Señora Ahí Presente como Mi Madre. Certificamos con mi pasaporte y el acta de robo. Gracias a lo anterior, al salir del consulado, llevé a la señora ahí presente y a mi hermana a conocer la catedral de Milán. Una obra increíble.

Regresamos a París y llegó el tiempo del regreso. Fue intenso el viaje, con muchas emociones y experiencias.

Luego de ese viaje, semanas después, por razones de mi trabajo, tuve que ir a Milán a ver uno de los almacenes que teníamos ahí. Aproveché de ir a saludar a la cónsul y agradecerle de nuevo su apoyo, y comimos juntos. Más tarde, en la calle, vi que el Ballet de Béjar, con Jorge Donn, se presentaba por una breve temporada en La Scala. Fui a un pasaje comercial maravilloso que desembocaba en las puertas de La Scala y ahí encontré boletos. Como era un solo boleto el que requería no batallé para conseguirlo para esa noche. Me quedé en el pasaje para hacer tiempo, ver los aparadores fascinantes y luego me senté a tomar un café en un pequeño restaurante.

De repente vi venir a Jorge Donn que, con paso lento, caminaba por el pasaje rumbo a La Scala para su presentación. Me acerqué y le pregunté si era Jorge Donn, y le sorprendió que le hablara en español. Me contestó que sí. Yo le dije que tenía boleto para la noche. Le dije también que lo había visto, junto a mi madre y mi hermana, en Venecia. «¡Qué noche ésa de Venecia!», me dijo él, y que se alegraba de oír español. Lo invité un café. Vio la hora en su reloj de pulso y aceptó pues iba temprano al ensayo. Platicamos mucho rato y me comentó que terminaba exhausto los 18 minutos que duraba su presentación, y me habló de lo terribles que eran los ensayos mientras Béjar hacía la coreografía. Un rato después él se tuvo que ir a La Scala. Yo seguí ahí, en el café, esperando la hora de la función.

Fueron una gran tarde y noche.

Jorge Donn moriría en Suiza, 10 años después, en 1992, a los 45 años.