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Viejos recuerdos, por Javier «tigrillo» Vallejo

Estaba un profesor ingles caminando por las montañas de Machu Picchu, en su viaje cargaba con dos libros de César Vallejo. Admiraba la sencillez del escritor y decía que era una persona de familia y cuando leía el periódico consideraba que era un momento ideal para planear el día. Descubría que el poeta en ocasiones se sentía anclado por la monotonía de los días. El profesor Edmundo era calvo y vegetariano, su filosofía tratar dignamente al prójimo y viajaba para sentirse vivo.

Disfrutaban los silencios de la lectura y vagabundear por las calles, de encontrarse con gente nueva. En las plazas dibujaba lo que observaba. Describía la felicidad que tienen los niños para jugar y criticaba a los adultos no se daban tiempo para convivir con los infantes. La poesía era un medio para escribir miedos y autobiografías. Hablaba de su viaje a Perú, lo concebía como augurio de añoranza. Ese día que almorzaba estaba escuchando el piano de la casa donde se hospedaba, leía un libro sobre los mejores pintores, veía trazos de gallinas y barcos de papel. Alegóricamente se comunicaba con sus viejos recuerdos, esos momentos que si no escribes se olvidan. Pensaba que Trilce tenía un análisis puro sobre la belleza femenina.