Internacional

EL ASESINATO DE DOM Y BRUNO (Capítulo 1)

No conocía a Dom, pero al otro, el bajito que manejaba el bote, su nemesis, si lo identificó. Era el hombre que había dicho a otros que quería dispararle, Bruno Pereira. Pelado dejó su bote y fue rápido a buscar su rifle

Washington, D.C. – (Agencias) La Amazona se encuentra destrozada, la presidencia del extremaderechista Jair Bolsonaro ha sido fatal para la selva. Reformó las leyes para permitir a grandes terratenientes, empresas mineras y grandes madereros la explotación de su riqueza. A esos, Bruno les estorbaba, por eso lo mataron, y a Dom, por encontrarse en ese momento con él, haciendo un reportaje sobre el trabajo de Bruno en la defensa del Amazonas y sus habitantes originales.

En un estupendo trabajo periodístico, Terrence McCoy, corresponsal en el extranjero de The Washington Post, se lanzó en busca del porqué de sus muertes a lo profundo de la selva, a través del peligroso río Itaquaí. No hay donde esconderse. Los habitantes del río tienen una visión clara de todo lo que se hunde en sus aguas, parados en sus casas sobre pilotes en lo alto del acantilado nada les pasa inadvertido, ni siquiera la pequeña lancha de aluminio que dobló la curva del río aquí, esa mañana temprano de domingo, del pasado mes de junio.

Dom Phillips (i) y Bruno Pereira (d)

En el bote, iban dos hombres. Uno, Bruno Pereira, un activista que investigaba la caza y a los cazadores furtivos en el territorio indígena cercano. El otro, Dom Phillips, periodista británico que documentaba su trabajo. Los dos, había decidido salir muy temprano de su campamento para poder pasar, sin que fueran descubiertos, por la comunidad del río donde vivían algunos de esos cazadores y regresar a la ciudad.

Pero Pelado, un cazador furtivo, ya estaba despierto. El pescador, macizo y curtido, estaba parado afuera de su casa de tablones de madera sobre el agua, llenado un bote con gasolina, cuando vio el bote, según sus propias palabras en la confesión dada a la policía. No conocía a Dom, pero al otro, el bajito que manejaba el bote, su nemesis, si lo identificó. Era el hombre que había dicho a otros que quería dispararle, Bruno Pereira. Pelado dejó su bote y fue rápido a buscar su rifle. “Ahí va”, llamó a otro pescador, «Vamos a matarlo», dijo, según declaró a la policía.

Pelado en su juventud, centro izquierda, y otros que participaron en una expedición de 2002 a través de algunos de los bosques más remotos del Amazonas en busca de una tribu no contactada. 
(Cortesía de Sydney Possuelo)

Ambos con un rifle calibre 16, se subieron al bote de Pelado y salieron tras sus víctimas, desapareciendo por el recodo del río y echando a andar una serie de eventos que conmocionarían al país y llamaría la atención mundial sobre el desastre asesino que estaba ocurriendo en el Amazonas y se volverían más sombríos cada día a partir de ese momento. Primero, la desaparición de Dom y Bruno. Después, la búsqueda frenética. Luego vinieron días de tensa incertidumbre. Y, finalmente, los arrestos, confesiones y morbosas revelaciones: Dom y Bruno habían sido asesinados, desmembrados y enterrados en lo profundo de la selva.

Los fiscales brasileños encargados del caso presentaron cargos de asesinato contra Pelado, quien llevó a los investigadores al lugar donde fueron enterrados Dom y Bruno; su hermano Oseney da Costa de Oliveira; y el pescador que acompañó a Pelado, Jefferson da Silva Lima. Además, cinco de los habitantes de la comunidad del río fueron acusados por la policía de ayudar a enterrar los restos de Dom y Bruno. Este no fue un acto que cometió una sola persona, dijo la policía, fue un asunto de la comunidad.

Terrence McCoy, que conoció a los dos, sentía que los detalles le perseguían, tal y como le persiguen ahora aún. Conoció a Bruno, de 41 años, siendo funcionario de Funai, la agencia de asuntos indígenas de Brasil. Una vez lo había acompañado a supervisar sus operaciones en la remota región del Valle de Javari, donde fue asesinado. De Dom, de 57 años, escribe que era su amigo. Le habló por primera vez en 2014, cuando Dom fue contratado para escribir sobre Brasil por el diario The Washington Post.

McCoy, estaba obstinado en conocer los detalles, no podía entender lo que había sucedido. ¿Qué había alimentado el odio en Pelado? ¿Qué había llevado a un pescador a las profundidades de la selva para matar a dos personas al aire libre y creer que podría salirse con la suya?

Jair Bolsonaro

La declaración del presidente Jair Bolsonaro, crítico desde hace mucho de los defensores de los indígenas, resonaba a complicidad. Trató de culpar a Bruno y Dom por sus propias muertes, lo que puede suceder cuando una “aventura” sale mal en una región “completamente salvaje”, dijo. El vicepresidente trató de culpar al alcohol y dijo que los asesinos “probablemente” habían estado bebiendo. Sin embargo, los registros oficiales, entrevistas con decenas de personas y un viaje por el río Itaquaí muestran que tales explicaciones sólo sirven para oscurecer la negligencia del gobierno que permitió los asesinatos, escribe McCoy.

En los últimos años, el gobierno ha reducido su presencia en la región, dejando al Territorio Indígena del Valle de Javari y sus 6,000 habitantes vulnerables a los foráneos que fueron llegando, e hizo poco por lo que siguió: un aumento de la invasión de cazadores furtivos armados, amenazas a las diezmadas fuerzas de seguridad que quedaron y el asesinato de un funcionario federal que investigaba la pesca ilegal.

Y luego, un grupo de indígenas trataron de llenar el vacío reclutando a Bruno para liderar un grupo de patrulla indígena. Las autoridades federales no respondieron a las amenazas hechas contra los vigilantes ni desmantelaron la red de caza furtiva que expusieron, extendida en la Amazonia. En su interpretación más sencilla es que el odio y la codicia fueron los motivos. Pero la historia de las muertes de Dom y Bruno también muestran las fuerzas más amplias que alimentan la destrucción de la Amazona.

Políticas gubernamentales miopes, instituciones policiales debilitadas e impunidad criminal, también impulsaron esta historia, escribe McCoy. Hasta que llegó el final, la vida de tres personas muy diferentes convergieron a lo largo de un tramo el Itaquaí, donde le río dobla y ningún testigo.