CulturaLado B

La metamorfosis, por Kafka 58

La señora Samsa y Greta se inclinaron de nuevo sobre sus cartas, como
si quisieran continuar escribiendo; el señor Samsa, que se dio cuenta de
que la asistenta quería empezar a contarlo todo con todo detalle, lo
rechazó decididamente con la mano extendida. Como no podía contar
nada, recordó la gran prisa que tenía, gritó visiblemente ofendida:
«¡Adiós a todos!», se dio la vuelta con rabia y abandonó la casa con un
portazo tremendo.
-Esta noche la despido- dijo el señor Samsa, pero no recibió una
respuesta ni de su mujer ni de su hija, porque la asistenta parecía haber
turbado la tranquilidad apenas recién conseguida. Se levantaron,
fueron hacia la ventana y permanecieron allí abrazadas. El señor Samsa
se dio la vuelta en su silla hacia ellas y las observó en silencio un
momento, luego las llamó:
-Vamos, vengan. Olviden de una vez las cosas pasadas y tengan un
poco de consideración conmigo.
Las mujeres lo obedecieron enseguida, corrieron hacia él, lo acariciaron
y terminaron rápidamente sus cartas. Después, los tres abandonaron la
casa juntos, cosa que no habían hecho desde hacía meses, y se
marcharon al campo, fuera de la ciudad, en el tranvía. El vehículo en el
que estaban sentados solos estaba totalmente iluminado por el cálido
sol.