Cultura

Las calles de fuego, por Miguel Ángel Gómez

Uno. Te acercas como un pájaro, mi amor. Hay un reino tras un camino de arena. Hubo un incendio de lágrimas hasta que llegaste por mí dando saltos de alegría. Sentí que ya venías, eras mi destino. Dejaste tu tenue sombra. Podemos ir a cualquier lugar a estas alturas. Brilla mi voz fuera del tiempo. Por ti aprendí todo. Por ti fui como Bird. Por ti pronuncié un nombre si soplaba la soledad. Bésame otra vez sin despedir las fragancias. Al otro lado de la carretera seremos más sabios abandonándonos a los sueños sin llantas hostiles. Tu rostro, querida, tiene un fulgor penetrante mientras te acercas.

Dos. Las cadenas con las que te levantas cada mañana vocean algo una y otra vez. La ratonera te arrastra por impulsos y sabes que son peligrosos. Un pedazo de cielo palpita con un lenguaje que nadie puede comprender. Concentras tu atención buscando al Celador de El Dorado. El ataúd quiere dar la bienvenida fríamente. La taquigrafía no está clausurada. Estas cadenas tienen candados desde que la conoces. Tu cabeza canosa cuando llega la medianoche es el morro de un avión que se desvía continuamente. Tiene orden de mantenerse recta y estable. Llevas tu cuerpo por el centro de la corriente. Llevas la comida a la luz de un nuevo amanecer. Llevas tus ojos cansados. Las calles de fuego te hacen estar agazapado. ¡Sal de aquí! Gime tu valiente espíritu que nunca volverá a encontrar a una mujer como ella.