Rousseau, me permito anotar de paso, no podía comprender cómo el serio Grim
se atrevía a limpiarse las uñas en su presencia; pero en este caso el insensato y
elocuente defensor de la libertad y de los derechos se equivocaba completamente. Se
puede ser un hombre activo y pensar en el cuidado de las uñas al mismo tiempo.
¡Para qué discutir con nuestro siglo inútilmente! La costumbre es déspota entre los
hombres.
Eugenio, segundo Kaverin, temía a los críticos envidiosos; era un pedante en el
vestir, y lo que nosotros llamaríamos un petimetre. Se pasaba, por lo menos, tres
horas delante del espejo y salía del tocador semejante a la Venus si, ataviada de traje
masculino, la diosa se dirigiese a un baile de máscaras. En la Europa actual, entre la
gente educada, el arreglo de las uñas no parece una tarea pesada.
Entreteniendo vuestra mirada curiosa, yo podría describir aquí su traje a la última
moda. Claro que esto sería atrevido, mas describir es mi asunto. Pero en ruso no
existe ninguna de estas palabras: pantalón, frac, chaleco; lo reconozco y me excuso,
pues ya sin esto mi pobre estilo podría contener menos palabras extranjeras, aunque
haya consultado el diccionario académico.
Ahora no es éste nuestro objeto; es mejor, corramos deprisa al baile, adonde va
Onieguin en una carretela de alquiler. Los dobles faroles del coche forman arco iris
en la nieve, y a lo largo de la dormida calle irradian alegremente su luz sobre las
casas apagadas. Súbitamente brilla una soberbia casa, toda rodeada de lamparillas; en
los ventanales se divisan sombras, perfiles de damas y de famosos donjuanes. He aquí
a nuestro héroe, que se acerca a la entrada, pasa delante del portero, sube los
escalones como una flecha, se alisa el pelo con una mano y entra.
La casa rebosa de gente, y la música ruge, ya cansada de tanto tocar; la multitud
está ocupada con la mazurca, entre el ruido y las apreturas; resuenan las espuelas de
los apuestos militares, las piernecitas de las lindas damas giran, tras sus rastros vuelan
miradas inflamadas, y el lamento de los violines ahoga el cuchicheo envidioso de las
esposas.