CulturaLado B

¿Cuánta tierra necesita un hombre?, por Tolstói 10

Pajom no comprendía lo que decían, pero veía que estaban alegres, porque
gritaban y reían. Luego guardaron silencio y se quedaron mirando a Pajom,
mientras el intérprete decía:
—Me piden que te comunique que, a cambio de tus regalos, te entregarán
toda la tierra que desees. No tienes más que indicarnos cuál quieres y será tuya.
Los bashkirios se pusieron a hablar de nuevo, discutiendo entre ellos alguna
cuestión. Pajom preguntó qué estaban diciendo y el intérprete le contestó:
—Unos aseguran que primero hay que consultar con el jefe y que no se
puede hacer nada en su ausencia, mientras otros opinan que no es necesario su
consentimiento.

VI
Mientras los bashkirios discutían, llegó un hombre con un gorro de piel de zorro.
Todos guardaron silencio y se pusieron en pie. El intérprete dijo:
—Es el jefe.
Sin perder tiempo, Pajom sacó la mejor bata que llevaba y se la ofreció, así
como cinco libras de té. El jefe aceptó los regalos y se sentó en el puesto de
honor. A continuación los bashkirios empezaron a decirle algo. El jefe los
escuchó, hizo una señal con la cabeza para que se callasen y se puso a hablar con
Pajom en ruso.
—Pues claro —dijo—. Elige la que más te guste. Hay tierra de sobra.
« Pero ¿cómo hago para coger toda la que quiera? —pensó Pajom—. Hay
que ponerlo por escrito de algún modo. De otro modo, pueden decirme que es
mía y luego quitármela» .
—Os agradezco vuestras amables palabras —dijo—. Tenéis mucha tierra y
yo solo necesito una poca. Pero me gustaría saber cuál es mía. Quisiera medirla
de algún modo y poner por escrito que me pertenece. Porque la vida y la muerte
están en manos de Dios. Vosotros sois buenos y me la dais; pero tal vez vuestros
hijos me la quiten.
—Tienes razón —dijo el jefe—. Se puede poner por escrito.
—He oído que hace poco vino a veros un mercader —continuó Pajom—, al
que también ofrecisteis un poco de tierra y con el que firmasteis un acta de
compraventa. Me gustaría hacer lo mismo.
El jefe comprendió lo que quería.
—Se puede hacer así —dijo—. Tenemos un escribiente. Iremos a la ciudad y
pondremos todos los sellos necesarios.
—¿Y cuál será el precio? —preguntó Pajom.
—Tenemos un solo precio: mil rublos por jornada.
Pajom no comprendió.
—¿Qué clase de medida es una jornada? ¿Cuántas desiatinas tiene?
—Nosotros no sabemos contar de ese modo —dijo el jefe—. Vendemos por
jornadas. Toda la tierra que consigas recorrer en una jornada será tuya, al precio
de mil rublos.