CulturaLado B

Escritor que visitaba cementerios

Leer a los rusos me recuerda a la obra de Juan Rulfo, hay una conexión maravillosa en las historias rulfianas porque ambos buscaron redactar historias con escenarios misteriosos, donde la atmosfera y su temperatura penetre en los poros de los lectores. El fabricante de ataúdes, de A. Pushkin. Es una historia ajena a nuestro tiempo, pero para el escritor debió haber sido emociónate. Siempre he pensado que cuando inventas un cuento sientes alegría que las personas imaginen que es real, todo escritor anhela que su obra sea comentada.

Algo valioso de la historia es el desenfado que tiene Pushkin para darle un toque irónico y clarividente al relato. Lo anterior me recuerda alegóricamente a San Juan Luvina, de Rulfo. Ahí los días son fríos como los cementerios, es un escenario con un paisaje gris y con muertos vivos, casi no cae lluvia y se vive de forma desangelada. Las personas del pueblo de Pushkin bebían alcohol para divertirse, pero en la Luvina de Rulfo bebían cerveza para aliviarse de la soledad. En ambas historias sus pueblos son misteriosos y solo se escucha el silencio de un viento que produce miedo.

El fabricante de ataúdes, de A. Pushkin. Es la historia de un señor que se llamaba Adrián Prójorov. Su oficio era sombrío y taciturno. Era un hombre triste y se la pasaba meditando e ignorando a sus hijas. Su sueldo era precario, ganaba poco dinero. Cierto día acudió a una fiesta con sus amigos, ahí al calor de la noche y de las copas, en la mejor atmosfera de la bohemia. Todos ellos empezaron a brindar por los días de alegría y de tristeza, pero uno de ellos le dijo al fabricante de ataúdes que brindara por los difuntos y todos se rieron de Adrián y él se sintió ofendido.

Luego de eso llega a su casa. Se sienta en el sillón, pensaba en hacer una fiesta con sus amigos, pero después de esa humillación decidió cancelar esa idea. No obstante, con el paso de las horas queda sumido en un sueño. Pensaba que llegaba a su casa y veía que un extraño entraba, pensaba que era un ladrón. Su casa estaba abierta y se escuchaba el ruido en una de sus habitaciones, entra al cuarto y observa que la habitación estaba llena de los difuntos que él les había fabricado su ataúd.

“La luna, filtrándose a través del cristal de la ventana, iluminaba sus rostros amarillos y amoratados, las bocas sumidas, los ojos turbios, a medio cerrar, las narices afiladas […] rodearon al fabricante de ataúdes, haciéndole mil reverencias.”

Los muertos acudieron a la fiesta de Adrián, eran todos los esqueletos que él recordaba, fue tanto el susto que cayo desmayado. Luego de varias horas el sol iluminaba su rostro, abrió los ojos y una mujer lo despertaba, ya que había tenido una noche de pesadillas luego de una borrachera y acababa de despertar. Leer el fabricante de ataúdes, de A. Pushkin. Me recuerda a otro cuento de Juan Rulfo, titulado Un pedazo de noche. Es una historia de romance entre un sepulturero y una prostituta. Pero más allá de eso, los relatos de ambos me hacen suponer que eran escritores que visitaban los cementerios, podría ser una hipótesis absurda, lo cierto es que sus temáticas y sus planos históricos contienen ese fuego de un verdadero escritor.

Pushkin era un escritor modesto, sabemos que el oficio de escribir apenas te permite sobrevivir. Mas allá de todo lo importante es tomar un café y leer, que la inspiración se mantenga fresca en una vida entregada al papel. El sol es gratis cuando escribo en los periódicos, me gusta que las ideas deambulen en el frío de un amanecer. Me parece que las mañanas son ideales para hojear el periódico y disfrutar de sus historias. LOS RELATOS DE BELKIN, DE A. PUSHKIN. Es un libro de las ediciones en lenguas extranjeras. Con ilustraciones de D. A. Shmarinov. La obra cuenta con 14 páginas. Impreso en Moscú, Rusia en el año del 1953. historiador82@yahoo.com